Categorías
bloguitos

Aaron Sorkin: “Mi deseo es volver a hacer héroes de los periodistas” – EL PAÍS

«¿Qué hace de América el mejor país del mundo?», pregunta un espectador al principio de The Newsroom, la nueva serie de HBO que comienza el próximo martes, día 11, en Canal +. «Estados Unidos lidera el mundo en tan solo tres cosas: el número de ciudadanos en la cárcel, el número de adultos que creen que los ángeles existen y en el gasto militar», da la vuelta a la tortilla el interpelado, el periodista Will McAvoy, protagonista de esta serie centrada en el mundo de los medios de comunicación. Es la nueva creación que sale de la mente de Aaron Sorkin, el guionista, productor y dramaturgo de más éxito en Hollywood. Palabras de ficción que, como siempre ocurre en el caso de este neoyorquino de 51 años, es difícil separar de la realidad. Porque Sorkin suele hablar de verdades como puños, pero sin amargura; incluso con un tinte de esperanza y optimismo inusual en tiempos de cinismo y resignación.

El padre de El ala oeste de la Casa Blanca, que consiguió el Oscar por su trabajo como guionista en La red social, dice que su nueva serie solo pretende entretener. Lo repite a cada rato: busca audiencia en tiempos de escapismo. También se describe como un idealista, un romántico enamorado del Quijote, y quizá por ello sus historias nunca son ajenas a la polémica. Vilipendiado e idolatrado, tan lleno de contradicciones como sus personajes, este hombre que es capaz de encerrarse en la habitación de un hotel como un ermitaño hasta parir su nueva obra, se presenta coqueto a la entrevista, con un bronceado de estrella de cine y la mejor de las sonrisas.

Tras ver los primeros minutos de su nueva serie es difícil no pensar que The Newsroom es una llamada de atención al mundo en el que vivimos, a la desilusión que existe con el sistema y especialmente con aquellos que dicen informarnos.

Pues está equivocada, porque no cejaré en mi empeño de subrayar que mi único deseo con The Newsroom es hacer una hora de televisión divertida, entretenida, idealista y optimista sobre un grupo de luchadores. En la actualidad tenemos una visión muy cínica del periodismo, tan cínica como la imagen que teníamos de nuestros políticos cuando escribí El ala oeste de la Casa Blanca. Y mi deseo es volver a hacer héroes de los periodistas. No le niego que no haya problemas en el mundo de los medios de comunicación, pero tampoco quiero persuadir a nadie de mis ideas. Simplemente quiero contar una historia que entretenga al espectador. Una historia de amor en un lugar de trabajo.

El guionista Aaron Sorkin durante la grabación de la serie de televisión ‘The Newsroom’.

¿Por qué hacerlo entonces en el mundo de la televisión? Esta es su tercera serie en este ambiente tras las fracasadas ‘Sports Night’ y ‘Studio 60 on the Sunset Strip’.

Nuestras vidas están muy marcadas por lo que escuchamos en televisión. De ahí que debamos preocuparnos por los contenidos que se emiten tanto como nos preocupamos por lo que se imparte en nuestras aulas. Pero, repito, yo no quiero sentar cátedra. Solo entretener en un ambiente que se sienta real, donde las noticias son reales y el espectador cuenta incluso con más información que los protagonistas.

Habla de volver a hacer héroes de los periodistas. ¿Quiénes son sus héroes?

Admiro a Brian Williams, Bob Schiefer, Shepherd Smith, Martin Bashir, a Alex Wagner y a S. E. Cupp, Mark McKinnon y Steve Schmidt. Como digo en la serie, está claro que no todos los periodistas merecen disculparse por la desinformación que existe. Los hay que trabajan en la actualidad por lo que creen justo y son tan buenos como lo fueron [Walter] Cronkite o [Edward R.] Murrow. Lo que ocurre es que sus voces quedan ahogadas entre tanta tontería.

Esperaba un mayor conocimiento de los medios a nivel internacional.

Recurro a ellos además de mi dosis diaria de información en un par de periódicos diferentes, además de The New York Times, alguna revista y la CNN cuando salta una noticia. Recuerdo que el Katrina me pilló en Londres y me hizo darme cuenta de lo diferente que era la cobertura de la BBC o de Al Jazeera comparado con lo que vemos en EE UU. Por lo general, suelo ir con el periodista, no con su medio.

Hagamos la pregunta al revés: ¿quiénes son los malos?

Lo he dicho muchas veces. En EE UU el problema está en cadenas como Fox; y siempre que digo esto me acusan de rojo. Lo que no entienden es que mi problema con Fox no es su ideología republicana. Mi problema es que mienten y con sus mentiras no hacen otra cosa que engañar al espectador. Son varias las encuestas que demuestran que en EE UU el público peor informado es el que sigue Fox News. Están peor informados que los que no escuchan las noticias. Eso les hace muy peligrosos. Le recuerdo que el día que EE UU invadió Irak el 67% de los estadounidenses creían que el 11-S era culpa de Irak. Es muy peligroso. Somos una gran potencia armada y muy desinformada. Es algo que supera la lucha de partidos. Es culpa de los periodistas que no insisten en lo que deben, que no preguntan lo necesario en lugar de preocuparse por los índices de audiencia, y también de los espectadores, que nunca deben ser el elemento pasivo de la ecuación.

¿Y después de lo que dice todavía se define como un optimista?

Soy un optimista, el mismo idealista que en El ala oeste de la Casa Banca fue capaz de escribir sobre una Administración demócrata que consigue hacer lo que quiere [risas].

¿Sería capaz de escribir lo mismo en la actualidad?

Yo sí. Pero no sé si las cadenas lo emitirían en abierto [risas]. También mantengo el optimismo en el ámbito del periodismo. Lo que necesitamos de los medios es que presenten los hechos. El proceso más inteligente es el diálogo, el fruto de un debate entre dos visiones informadas aunque opuestas sobre un mismo tema. Así es cuando obtenemos los mejores resultados de una democracia. Pero hablo de un debate dialogado e inteligente, no de un intercambio de acusaciones sobre si el presidente es marxista o ha nacido en Kenia. Lo que sucede es que esas discusiones son más pintorescas y ganan audiencia, y el resto pasa a segundo plano.

¿Cree posible que se invierta esta tendencia?

Network [Un mundo implacable, 1976] siempre fue mi película favorita, pero solo ahora entiendo el sentimiento de frustración de Howard Beale cuando dice: «Estoy más que harto y no pienso seguir soportándolo». Si quiere ver algo en The Newsroom, lo que hay es un canto a la educación, a la urbanidad, a la inteligencia. Un llamamiento a que dejemos de considerar la inteligencia como algo malo. Yo no poseo la inteligencia que admiro, pero tengo el don de imitar su sonido. Disfruto de sus contenidos. Me posee este ansia por la verdad desde que me la robaron, desde que los hechos pasaron a ser algo subjetivo. Porque no siempre ha sido así. Nunca hemos estado tan divididos. Pese a los desacuerdos, yo creo en el sistema democrático de partidos. En el Partido Republicano hay buenas ideas y gente brillante que merece la pena ser escuchada en debates con gente también brillante del Partido Demócrata, de manera que uno pueda escoger lo que más le interese de sus programas. Esto no es una dictadura. La primera enmienda de la Constitución de EE UU garantiza la libertad de expresión, de asamblea y de religión, amparado todo ello por un gobierno agnóstico. Y esa libertad implica tu responsabilidad como ciudadano de expresarte de una forma útil.

A Sorkin le habría gustado escribir en las décadas de los treinta o los cuarenta, antes del Watergate y de Vietnam, en una era que idealiza en el ámbito periodístico. Antes de que su país perdiera la inocencia. Lo mismo le ocurre en lo cinematográfico. Sorkin evoca en su trabajo esos años que dieron al mundo películas como Sucedió una noche, de Frank Capra, otra de sus cintas preferidas y precursoras de su estilo a la hora de escribir. El suyo es el lenguaje de otra era traspasado a este milenio.

En ocasiones ha hablado de una fortuita máquina de escribir que se encontró en casa de un amigo como su razón para comenzar en este trabajo, pero ¿de dónde nacen sus historias?

Desde muy pequeño mis padres me llevaron al teatro. Era algo ridículo porque llevaban a un chaval de nueve años a ver ¿Quién teme a Virgina Wolf?, y no entendía nada. Pero fue lo mejor que pudieron hacer por mí. Ya le digo, la mayoría de las veces no entendía de qué iba la obra, pero me quedaba prendado del sonido de lo que decían, una música que tenía los movimientos de una sinfonía. El sonido del diálogo fue desde entonces para mí tan importante como su significado. Claro que el mérito no es solo mío; jamás se notaría esa musicalidad a la que me refiero si mis textos no cayeran en manos de unos actores que saben tocar muy bien sus instrumentos.

¿Cómo definiría su estilo?

Por mucho que me guste basarme en historias reales, ninguno de mis guiones, ni La guerra de Charlie Wilson ni La red social ni Moneyball, los puedo definir como instantáneas de la realidad. Son obras artísticas, como una pintura, interpretaciones basadas en hechos reales. En cuanto al estilo… Hay guionistas que le dan mucha más importancia a la trama que al diálogo. Y son geniales. Como David Milch. Solo puedo decir que es un maestro. O David Mamet. Son poetas. Mamet es capaz de utilizar una palabra de cuatro letras y convertirla en un concierto en sí misma, a menudo escribiendo sobre gente que tiene problemas a la hora de comunicarse. Para mí el lenguaje es música y obtengo el mismo grado de satisfacción con mis diálogos que otro conseguiría con las mejores escenas de acción, con sus explosiones. Mis diálogos no pretenden ser reales. Lo son. Es como hablaría la gente si tuviera el tiempo suficiente para pensar lo que quieren decir, si les dieras media hora para responder.

¿Y su secreto como escritor?

¿Pasarme un año encerrado hasta que completo un trabajo? Escribir consiste en comprender la intención de los personajes y los obstáculos a los que se enfrentan. Alguien quiere algo y algo está en su camino. Saber lo que quieren tus personajes, si es dinero o ganarse a la chica o la fama, y qué es lo que necesitan para conseguirlo. Una vez que tienes eso, ya estás a mitad de camino.

¿Cuándo se da cuenta de que algo que ha escrito está mal?

En el instante mismo en que lo escribo. Soy como un jugador de béisbol, que sabe cómo ha sido su jugada nada más escuchar el sonido del bate. Y da mucha vergüenza. Es uno de los problemas cuando haces televisión. Me gusta la inmediatez del medio y cómo me permite expandir la historia en 10 episodios. Pero no nos engañemos. Los días en los que escribo mal superan con mucho a aquellos en los que lo hago bien. Siendo generoso y barriendo para casa, diré que tengo 10 días malos por cada uno bueno. Y cuando escribo un guion de cine o una obra de teatro, si un día no lo hago bien, tengo la opción de mejorarlo al día siguiente. Pero en televisión tienes que seguir escribiendo incluso cuando lo haces mal. En The Newsroom me di cuatro episodios de ventaja antes de comenzar el rodaje. Y me encantó la idea de comenzar la emisión una vez rodados los 10 episodios de la primera temporada. Porque así no hubo forma de que las críticas influyeran en el resultado final. Porque concebí la serie como una historia de 10 horas con prólogo, que es el episodio piloto.

Esto suena a que no es muy receptivo con las críticas.

Siempre pienso que puedo mejorar. Y creo que he mejorado con los años. De algún modo es un trabajo que se parece al de director de orquesta, que mejora con cada concierto. También sé que lo puedo hacer mejor. Y lo intento cada día, porque además vivo en la era de oro de los guionistas. Contamos en la actualidad con algunos de los mejores guionistas de la historia y acepto mi competencia. Pero también me siento extremadamente afortunado por ser capaz de escribir en todos los medios, en cine, teatro y televisión, y de recibir cartas como las que me llegaron durante la emisión de El ala oeste de la Casa Blanca, donde me escribían conservadores que no coincidían conmigo políticamente, pero que disfrutaban viendo el show. No creo que eso vuelva a ocurrir.

¿Hay algo que ‘Sorkin El Grande’, como ya hay quien le llama, no sepa hacer?

Los hay que me llaman otras cosas [risas]. Claro que hay cosas que no sé hacer y eso me motiva… A mí me gustan las buenas historias, y hay muchas que me gustan como espectador que soy incapaz de escribir. Por ejemplo, historias policiacas. Infiltrados es una de mis películas favoritas, pero nunca he sido capaz de escribir algo así. Me debe de faltar el chip. Tampoco soy capaz de escribir ciencia-ficción. O fantasía. Soy un escritor lleno de limitaciones [risas].

Sorkin conoce sus puntos fuertes y también sus debilidades. Su ascensión a la fama fue fulgurante con el triunfo de Algunos hombres buenos y El presidente y Miss Wade. Igual de rápida fue su caída, su batalla con la cocaína que le llevó al Instituto Hazelden de Minnesota en busca de ayuda, pero con una recaída sonada en el momento más alto de su prestigio con El ala oeste de la Casa Blanca,cuando fue detenido en el aeropuerto de Burbank (California) con marihuana, cocaína y otras sustancias alucinógenas en su poder. Además de la humillación pública, su recaída supuso el divorcio de su primera esposa, la productora Julia Bingham, y dudas sobre el efecto que su adicción tendría en la carrera de un autor demasiado perfeccionista y que no sabe delegar. El Oscar conseguido con La red social y su candidatura con Moneyball han borrado cualquier duda y abierto un nuevo capítulo en su vida, del que surge The Newsroom.

La figura del Quijote es una constante en su obra, una presencia que vuelve a mencionar en ‘The Newsroom’. ¿Cuándo comienza su relación con Cervantes?

Habla del libro que ha tenido más impacto en mi vida. Y una vez más tengo que agradecérselo a mis padres, porque ellos me llevaron a ver el musical El hombre de La Mancha cuando tenía cinco años. Esta obra sí que la entendí. La figura del Quijote siempre me recuerda a mi padre, que tiene 90 años. Siempre le he visto a un paso de arremeter contra los molinos. A su modo, siempre defendió las leyes de caballería. Cuando lo descubrí, no sabía que se trataba de un libro tan famoso y me dieron sudores al ver su grosor. Finalmente me lo leí a los 14, y a estas alturas me lo sé tan bien como otros se saben la Biblia. Lo puedo leer de atrás adelante, aunque nunca lo he leído en español. Pero tengo un molino de viento en la mesa de mi despacho.

¿Que hay de Quijote en usted? ¿Quizá la semilla de su idealismo?

Puede que tenga razón. Y aunque insisto en que The Newsroom es una obra de ficción que solo pretende entretener, si hay algo que me gustaría conseguir de mi público, algo que me gustaría que sacaran de la serie, es inspirarles para que lean El Quijote, alguien que luchó por lo que merecía la pena luchar junto a su fiel Sancho en un momento en el que la España de la Inquisición hacía cosas que parecían impensables. Los protagonistas de mi serie también se esfuerzan en su quimera. Y al igual que El Quijote, fracasarán una y otra vez porque sus metas no son realistas. Pero te hacen sentir que es posible soñar sueños imposibles.

¿Comparte esos sueños con alguien cercano? Se habla de su reciente relación con Kristin Davis, conocida por su trabajo en ‘Sexo en Nueva York’.

Estoy muy contento con mi vida, muchas gracias por preguntar [risa cortante]. Mi mayor fuente de felicidad es mi hija, de 11 años, una niña increíble, alguien con quien comparto mis sueños. Y ya que menciona su nombre, reconozco que he salido en varias ocasiones con Kristin, pero no hay más. Muchas gracias por preguntar.

Además de sus sueños, ¿comparte su pasado con su hija?

Seré claro; sabemos de lo que hablamos. Soy un adicto a la cocaína en remisión. Pero no es algo de lo que me guste hablar en público. Me alegra que mi experiencia le pueda ayudar a alguien y en especial que me pueda ayudar como padre. Al menos cuando hable con ella de las drogas, tendré más credibilidad que otros. Pero hablar de ello no me ayuda.

Hablemos entonces del futuro, porque los proyectos se acumulan.

Como le decía antes, me considero muy afortunado de poder escribir en los tres medios. Estoy escribiendo junto a Stephen Schwartz, el compositor y libretista de Wicked, Godspell y Pippin, un musical sobre Houdini que estrenaremos en 2013 con Hugh Jackman como protagonista. Luego está The Politician, una historia centrada en la relación entre el senador John Edwards y su asistente Andrew Young. Una historia con muchos personajes y momentos interesantes. Además, The Newsroom ha sido renovada para una segunda temporada y está el proyecto sobre la vida de Steve Jobs, que está muy, muy en sus comienzos.

¿Llegó a conocer al fundador de Apple?

Mi base de trabajo es la biografía de Walter Isaacson. Nunca llegué a conocer a Steve personalmente, pero hablé con él por teléfono varias veces y fue siempre muy amable. Me llamaba de improviso para decirme cuánto le había gustado lo que había escrito. Su primera llamada fue para convencerme de que trabajara con él en Pixar. Yo le dije lo mucho que me gustaban las películas de su estudio, pero que me sentía incapaz de hacer hablar a un objeto inanimado. Nunca olvidaré lo que me contestó: «En el momento en que les haces hablar, dejan de ser inanimados».

 

Categorías
bloguitos

Those pictures: Breast behaviour | The Economist

 

THERE were a lot of breasts on show when the Duke and Duchess of Cambridge were welcomed in the Solomon Islands as part of their tour of the South Pacific, but none caused as much of a stir as the single pair that appeared in Closer, a French magazine, on September 14th. They were photographed while the duchess was sunbathing with her husband at a private villa in France; and their exposure in the magazine led to legal action by the couple to suppress the pictures.

The action was only partially successful. A court banned further publication and required the magazine to hand over the originals, and the police raided the magazine’s offices as part of an investigation into whether French privacy law had been broken; but the pictures have been published in Italy, Ireland and Sweden—and, through the web, all over the world. Yet although the episode shows how technology undermines privacy, it also illustrates the ways in which life has got harder at the scummy end of the news business.

Better lenses help paparazzi take pictures such of those of the duchess, who is reckoned to have been photographed from around a kilometre away, and digital technology helps them get the product to the customer. Camera phones have made possible pictures such as those of a naked Prince Harry that appeared on the internet last month. Yet digital technology also threatens the livelihood of paparazzi, for it turns everybody into a photographer and, by ensuring instant, free, global distribution, reduces the photos’ value.

The internet has also damaged the fortunes of the paparazzi’s main paymasters, the newspapers. The circulation of the Sun, Britain’s biggest-selling tabloid, has dropped to 2.5m from 3.7m ten years ago. And the circulation boost from publishing scandalous pictures is limited. The Prince Harry pics brought the Sun only an extra 120,000 sales. “The internet has ruined it for everybody,” says Jack Ludlam, a London paparazzo who has moved to Spain.

Photographs of the right person can still fetch serious money. Nobody knows how much the photographs of the duchess were sold for, but Max Clifford, a publicity agent, reckons that, were it not for the French ban, he could have got £1m ($1.6m) for them. However, regulatory action is an increasing hazard these days—particularly in Britain, which is no longer the booming market that it once was.

The sanctimonious hypocrisy of the British tabloid reaction to the pictures of the duchess is presumably born of frustration. None of them dared touch the pictures as a result of both public pressure and threatened regulation. The revelation that the News of the World hacked the phones of people it was writing about has diminished already limited public affection for tabloid papers and condemned them to the embarrassment of a public inquiry, headed by Lord Justice Leveson.

They are therefore on best behaviour. The Sun published the Prince Harry photos only after they had been on the web, and argued that they were “a crucial test of Britain’s free press”. Richard Desmond, owner of Express Newspapers, who made his money with titles such as Asian Babes, has threatened to close down his Irish Daily Star, which published the pictures of the duchess. “It’s much easier to stop stories these days,” says Mr Clifford, “Stories which ought to be coming out, in the public interest, aren’t.”

The British tabloids’ self-righteousness may not outlast the Leveson inquiry into press behaviour. But by then they may be subject to fiercer regulation. It’s tough at the bottom these days.

Categorías
bloguitos

Adelanto revista MAD 517 – Octubre 2012

517

Descargar el número completo acá

Adelanto revista MAD 503 – Mayo 2010
Adelanto revista MAD 504 – Agosto 2010
Adelanto revista MAD 505 – Octubre 2010
Adelanto revista MAD 506 – Diciembre 2010
Adelanto revista MAD 507 – Febrero 2011
Adelanto revista MAD 508 – Abril 2011
Adelanto revista MAD 509 – Junio 2011
Adelanto revista MAD 510 – Agosto 2011
Adelanto revista MAD 511 – Octubre 2011
Adelanto revista MAD 512 – Diciembre 2011
Adelanto revista MAD 513 – Febrero 2012
Adelanto revista MAD 514 – Abril 2012

Adelanto revista MAD 515 – Junio 2012

Adelanto revista MAD 516 – Agosto 2012

Categorías
bloguitos

Adelanto revista MAD 516 – Agosto 2012

516

Descargar el número completo acá

Adelanto revista MAD 503 – Mayo 2010
Adelanto revista MAD 504 – Agosto 2010
Adelanto revista MAD 505 – Octubre 2010
Adelanto revista MAD 506 – Diciembre 2010
Adelanto revista MAD 507 – Febrero 2011
Adelanto revista MAD 508 – Abril 2011
Adelanto revista MAD 509 – Junio 2011
Adelanto revista MAD 510 – Agosto 2011
Adelanto revista MAD 511 – Octubre 2011
Adelanto revista MAD 512 – Diciembre 2011
Adelanto revista MAD 513 – Febrero 2012
Adelanto revista MAD 514 – Abril 2012

Adelanto revista MAD 515 – Junio 2012

 

Categorías
bloguitos

Adelanto revista MAD 515 – Junio 2012

515

Descargar el número completo acá

Adelanto revista MAD 503 – Mayo 2010
Adelanto revista MAD 504 – Agosto 2010
Adelanto revista MAD 505 – Octubre 2010
Adelanto revista MAD 506 – Diciembre 2010
Adelanto revista MAD 507 – Febrero 2011
Adelanto revista MAD 508 – Abril 2011
Adelanto revista MAD 509 – Junio 2011
Adelanto revista MAD 510 – Agosto 2011
Adelanto revista MAD 511 – Octubre 2011
Adelanto revista MAD 512 – Diciembre 2011
Adelanto revista MAD 513 – Febrero 2012
Adelanto revista MAD 514 – Abril 2012

Categorías
bloguitos

‘Mad Men’ Creator Matthew Weiner Reflects on the Season So Far – NYTimes.com

Mad MenJordin Althaus/AMC Jon Hamm in a scene from the “Mad Men” episode “Commissions and Fees.”

Warning: this post contains spoilers for the first 12 episodes of the “Mad Men” season.

What does Sunday night’s season finale of “Mad Men” hold in store for the staff at Sterling Cooper Draper Pryce, its ex-employees that we still care about and anyone who wasn’t killed off in last week’s episode? What are the long-term marital prospects for Megan and Don Draper? Will we ever see Peggy Olson again? How is everyone at the office coping with the sad fate of Lane Pryce? Should Pete Campbell keep his distance from open windows and elevator shafts for the time being? And how’s Paul Kinsey coming along on those revisions to his “Star Trek” spec script?

As of this writing, Matthew Weiner, the “Mad Men” series creator and show runner, was willing to answer only a few of these questions: on Sunday afternoon, he spoke to ArtsBeat about everything that’s happened on the series this season prior to the finale. (And he has sworn on a box of Bugles that he’ll call us back on Monday to talk about the finale itself.) These are excerpts from that conversation.

Q.

I had a trajectory all worked out for this conversation, and then a more pressing lead-off question came up. There’s a lot of curiosity, bordering on concern, about whether Peggy Olson is coming back or if we’ve seen the last of that character. Is something that you’ll address?

A.

I’ll say the same thing I always say: You have to watch the show. I want people to worry about it, and I want there to be stakes. I’m not going to address it. Lane is not coming back, I can tell you that.  

Q.

We heard from Jared Harris about how he dealt with his exit from the series. What was it like for you to have to let him go?

A.

It’s a terrible thing to have to deal with. You want to make sure that it’s worth it, that they’re going out with a bang and you’re not sacrificing someone who’s a great actor and a great musician in the orchestra. But also I feel like there have to be stakes. This year was filled with foreboding of violence and death, and the connection of that early summer between the riots, which resulted in death, police killing innocent people, and the Richard Speck murders and the guy on the Texas tower [Charles Whitman]. The randomness and the nihilism that was born from that was something that permeated the story. Lane’s story I thought was about someone who has undervalued themselves and that was his only way out, he thought.

Q.

His character arc this season sometimes suggested that he was gaining confidence. Was he ultimately someone who couldn’t be allowed to get what he wanted?

A.

His rage to Don at the beginning of that scene where he’s caught – everything he says is true. And you look at it and say, it could drive you to it. It’s based on a true story. There was someone I don’t want to – suicide is a very private thing and it’s so very shameful, but there was a story about someone in an ad agency who had hung themselves in their office and they couldn’t get the door open. From the beginning, I was like, we’re probably going to end up using that.

Q.

Having Don remain married to Megan has had ramifications throughout this season. When did you make that decision that her character would play this integral role?

A.

I made the decision last year when I cast Jessica [Paré]. For me, I was saying, Don is someone who has chosen this woman because he wants to be a new kind of person. He doesn’t want to do what Faye said, which is accept himself and move on. The attractiveness of her youth is very, very positive for him. This is the wife where he’s going to do it right – where he’s a more free footing and he knows everything. But this woman has her own life, and it’s this disturbing process for Don, of loving someone and saying, We’re one soul, we’re one person – but that person is me. I thought it was a great way to find out so much about Don and what his aspirations were.

Q.

Did you expect that audiences might resist this choice at first – that Don’s being happily married and losing sight of his work might feel contrary to his character?

A.

The audience felt it but it wasn’t until Bert Cooper said to him, “You’re on love leave,” that anyone realized, it’s not just that we’re not seeing those scenes – he really isn’t doing anything. That allowed Pete to step in, and Pete confronts him a lot during the beginning of the season in ways that we would have expected Don to mop the floor with him. But Don backs off because he is happy in his domestic life. And how great it was for me, story-wise, when he realized that he missed [Megan] in that office and things were not the way he pictured them and finally get a fire lit under him.

This has sort of been strange to me, because it’s one of these things where my intentions and what the audience wants is thwarted by Jon Hamm’s charisma and acting. But his speech to Dow [Chemical] was supposed to be ugly. It was supposed to be a voracious representation of dissatisfaction – what does this man have to complain about? That greed for the sensation of victory is ugly, and that’s kind of who he is. But the reason Jon Hamm got this part was the way he made cigarettes sound like something to get excited about.

Q.

Now that he’s learned that Megan is an independent person who could potentially have a life without him, could that bring down the marriage?

A.

I think it’s been a challenge for the marriage, and that’s what we’ve been seeing. It’s not being modern or not – it’s the idea of having a fantasy that this woman is there to save him. Roger says it in the first episode: “They’re all great girls until they want something.” What a condescending concept. And on the other hand, there’s a relative scale to things. One of my favorite scenes, in the episode where she quits, when Roger says to Don, “My father told me what to do,” and Don says, “I was raised in the 30s – I didn’t follow my dream. My dream was indoor plumbing.” This whole idea of getting to pursue a dream, even, is such a modern, spoiled luxury. I think the thing that was the hardest for the audience to deal with is the fact that he really loves this woman and she does bring out the best in him. They have this incredible carnal relationship that’s based on the twisting of power – it’s very animal and I would not try to put it into intellectual terms.

Q.

The possibility that Peggy could leave the office has been on the table for some time. How should we construe her farewell scene with Don?

A.

I hear people trying to catch onto themes like there’s a right answer for it, and my intention is always a non-verbal association, a meditation on an idea. And the idea that this is how you stand up for yourself and what are the tools available to a woman? What is a woman offered, in terms of power, and how do they have to behave, versus a man? Her saying goodbye to Don, after he threw the money in her face, that’s the way we treat the people we love. They get all of that. This is not just somebody complaining that nobody loves me – this somebody saying, “Is this really how it’s going to be? Is he always going to see me that way?”

Q.

But there was affection in that scene also.

A.

My God, he kisses her hand. He knows that she’s more than that and he knows that he would probably do the same thing and he’s regretful of taking her for granted. The people we love get to see the worst parts of us – that’s part of the job. “Don’t be a stranger” – their relationship is bigger than this job. When she says to him, “You have no idea when things are good,” she doesn’t know what he’s just gone through with Joan and the pitch, but she does know there’s a celebration going on and neither of them should have to do what they’re about to. And as she’s giving her very rehearsed resignation speech, which you know she practiced in the mirror or on the subway on the way in, hopefully the audience along with her and Don are flashing back to this person who woke him up in the middle of the day and said, “I’m the new girl.”

Q.

How long had you been contemplating Joan’s “Indecent Proposal” storyline?

A.

People tell me their stories, ever since the show went on the air. And the stories that I’ve heard of women doing this or some form of this were in the triple digits, seriously. Over 100 stories. They did it for a lot less, that’s the part that’s fictional – Lane maneuvering her into the partnership thing so that he wouldn’t have to get rid of cash immediately. In terms of doing it on the show, I knew eventually we were going to have to do it, and I knew that she would go through with it if she were in the right situation. I really do believe that if I had not used the word prostitution, I don’t know if it would have occurred to the audience that it was anything other than something really disgusting.

Q.

Is it difficult to ask your cast members to go through with it?

A.

No, absolutely not. God knows the actors are living in it and living with it. Everything that happens to them sticks to them as real-life human beings. But people want drama and they want to be in the story. Everybody wants to be the focus of a story, and everyone knows this world and saw how down and dirty it had gotten in success this year. To me, the most telling thing of all of it was when she says, “You can’t afford it.” There’s an absolute no, and there’s “You can’t afford it,” and “You can’t afford it” means there’s a price. And why wouldn’t there be? If there was a way to actually have this happen in life, I would love to be faced with this incredibly deep moral problem. It is one night and I don’t know that I would find it a huge moral compromise. But I don’t live in that world, and no one’s ever asked me.

Q.

But it’s one thing to imagine that this could happen to your characters, and another thing to then write it. Did you feel like some kind of Rubicon had been crossed by having Joan actually go through with the proposition?

A.

There’s other things going into it, too. There’s a wish fulfillment. The whole “Indecent Proposal” story is based on a kind of sexual fantasy, that there’s a man who has so much money he can have anybody he wants, and he’s willing to offer everything to spend a night with somebody. That’s a flattering proposition. And then we went out of our way that there was nothing romantic about it. To me, it’s a symbol of the success of the show and the storytelling that people really didn’t want to her to do it. The fact that she wouldn’t do it is insane. She’s in a financial situation and she’s emotionally a wreck because of this rejection from her horrible husband who raped her. She had an affair with Roger for eight years and she had a baby she passed off as her husband’s. I find it satisfying that there was a debate about it, but for me, the cards were stacked and we of course stacked the cards very much in favor of doing it. And I think she’s a very powerful person for making that decision in the end.

Q.

As we go into the finale, people are anticipating something unpleasant for Pete Campbell.

A.

Every season people are predicting someone’s going to kill themselves. Every season the show is filled with death imagery. Our second season was all about the Cuban Missile Crisis, and in the popular culture there was such an obsession with the end of the world. It’s not stupid to say that Pete and Don have switched places in some ways. He has been pushing his shoulder against a door, trying to open it for a very long time. And now it’s open and he has to step through it, and guess what’s on the other side? Him.

Q.

Are you prepared now to say what that scene with Don and the elevator shaft meant?

A.

In my mind, that actually happened. The elevator wasn’t there, which we know happens all the time. I thought that was an amazing cinematic representation of his emotional state. He still had one thing left to say to her, and she’s gone, into the abyss. She’s gone off on her own. That’s all that that was supposed to be. Is someone going to fall down an elevator shaft? No. I will actually go on record as saying that. Pete’s “Signal 30″ story, of why can’t we be friends at work, that to me is something more to pay attention to. The fantasy of his role there and not realizing how he is and what he says. And his ascendancy – Roger hasn’t had an account, and there’s Pete, very, very important.

Q.

Are you getting a lot of free Jaguar merchandise these days?

A.

This is one of the things about product placement – there is no such thing as bad publicity. I felt bad as the weeks were going on, where they were enjoying all the stuff that they had nothing to do with, and I was thinking, “Oh, my God, this really a double-edged sword, I hope they’re ready for it.” As somebody who really believes in advertising, I don’t think people walked away from this thinking that Jaguar is a car that doesn’t work.

 

Categorías
bloguitos

“Hoy los padres merecen más elogios que críticas por su estilo de crianza” – Clarín

Por Claudio Martyniuk

Presionados por la escuela, los profesionales, los hijos y sus propias expectativas, los padres salen sin embargo airosos de la ardua tarea de criar a sus hijos, según este experto.

El psicoanalista y pediatra inglés Donald Winnicott afirmó que todo ser humano, desde el principio de su vida, necesita del encuentro con otros que lo quieran y a quienes querer, y necesita también encontrar oposición y no vivir en un mundo donde se le permita todo. De esta lección se desprenden muchas de las enseñanzas de Ricardo Rodulfo, un destacado profesor de la Facultad de Psicología de la UBA que hoy resiste con otros muchos colegas la determinación del Rectorado de jubilar a un importante conjunto de maestros e investigadores que gozan de su plenitud intelectual. Rodulfo, como psicoanalista, considera que los padres hacen bien en consultar cuando les parece que algo anda mal con sus hijos, pero deben cuidarse de creer que hay profesionales que saben de manera absoluta qué es ser madre o padre. Para él, lo importante e irreemplazable es que cada familia encuentre su propio estilo y haga su propio camino, en lo artesanal de cada existencia.

¿Los padres están desconcertados ante los desafíos cambiantes que hoy traen los hijos?

Es importante, al referirse a las relaciones entre padres e hijos, ocuparse de las situaciones más comunes, no de las excepcionales o de las patológicas. Si uno procede así tiene que elogiar a los padres, que desde hace medio siglo hacen un gran esfuerzo por cambiar pautas de crianza y adaptarse a transformaciones que ocurren a gran velocidad en las sociedades occidentales de hoy. Al mismo tiempo, ellos se ven presionados por los medios, siempre en busca de lo apocalíptico; por la escuela, que les reclama ayuda en lugar de procurar resolver los problemas de los chicos en su marco; por los profesionales, que plantean a menudo perfiles ideales y objetivos teóricamente fascinantes pero irrealizables en la vida de todos los días. Y presionados, como no podía ser de otra manera, por sus propios hijos, con su sed de cambios y de libertad y sus esperables dobles mensajes: “No te metas en mi vida, pero ocupate de mí todo lo que yo quiera”.

Y están, además, sus propias contradicciones.

Claro, están presionados también por sus propias contradicciones. A los padres les encantaría poder apoyarse en la tradición, en como ellos fueron criados. Pero saben que ya no pueden contar con eso y desearían tener un libreto del que carecen. Y sin embargo, en medio de todo esto, un gran experimento de crianza más democrática y pluralista está teniendo lugar, y con no poco éxito.

¿Podría ejemplificarlo?

Ha desaparecido la persecución para que los chicos no se masturben; ha caído el prestigio idealizado de la virginidad de las chicas; está crecientemente aceptado que un hijo puede ser gay; los adolescentes ahora tienen la posibilidad de tener su iniciación sexual en su propia casa. Son ejemplos de cosas inimaginables unas cuántas décadas atrás. Junto con esto, pasa algo central: tiende a desaparecer el miedo del chico a sus padres, miedo que fue hasta hace muy poco un elemento central en la crianza. También viene en declinación un sistema de jerarquías que colocaba al adulto arriba y al chico abajo, uno mandando y otro obedeciendo, uno enseñando y el otro aprendiendo.

¿Y qué lo reemplaza?

Lo reemplaza una modalidad mucho más transversal, donde, por ejemplo, si el grande le enseña cosas al chico, éste a su vez tiene cosas para enseñarle al grande, porque son nuevas y las maneja mejor. A su vez, el grande ahora está mucho más inseguro y propenso a cuestionarse, y eso lo llena de temores y ansiedades muy específicos; ya no se siente garantizado por el mero hecho de ser el padre. Esto abre una posibilidad de diálogo entre padres e hijos que, con todos sus desencuentros y malentendidos, no tiene parangón con el que sucedía en otros tiempos, no tan lejanos.

¿Se podría hacer, entonces, un balance positivo en la relación entre padres e hijos?

Es muy importante la posibilidad de hablar como dos personas, tratando de comprender al otro, olvidándose por momentos de que son padre e hijo para sintonizarse de verdad. El hecho destacable es que son muchos los padres y madres que luchan por no estar todo el tiempo juzgando a sus hijos en términos de bien o de mal.

¿Qué cambios se han registrado en los roles paterno y materno a partir de las críticas de género?

Las políticas de género han repercutido enormemente sobre la crianza, dado que padre y madre ya no ocupan dos polos opuestos sino que tienden a rotarse, a compartir más de cerca los problemas cotidianos en vez de quedarse en posiciones estáticas fijadas por viejas tradiciones. Esto cambia muchas cosas. Por ejemplo, un chiquito acostumbrado a que papá también le da la mamadera, le cambia los pañales, lo baña, lo lleva a la plaza, difícilmente lo va a vivir como un tercero intruso que lo aparta de su mamá, al estilo de lo que el psicoanálisis popularizó como “complejo de Edipo”. Ya no están todos los mimos del lado de mamá, mientras un padre distante de cuando en cuando baja línea. Y hasta los celos se redistribuyen. Es divertido escuchar a hijitos con resistencia a aceptar tales cambios y protestar porque la madre no es ya el ama de casa sometida a la que se le puede pedir y ordenar de todo y que, además, sale para trabajar y no está todo el tiempo con su hijo.

¿Eso no provoca algún desconcierto en los chicos?

Los chicos muchas veces se ponen conservadores, sobre todo los varones de un amplio grupo social, más o menos clase media acomodada de Buenos Aires, acostumbrados a no hacer nada en casa. El resultado es un mix de nuevos hábitos y viejas modalidades que tardan en irse. Pero esto colorea la vida familiar con matices y conflictos.

¿Y hay espacio para la crítica?

Sí, se presenta un clima propicio al cuestionamiento, más acotado o más extendido, entre los miembros de la familia, desde el que los hijos hacen a sus padres -que ya no esperan a la adolescencia para hacerlo- hasta los que éstos formulan a sus hijos, sin olvidar el interno a la pareja y el autocuestionamiento de las mamás, en general más preocupadas por los aspectos afectivos de la crianza. Esa actitud interrogativa es un rasgo muy positivo en la vida actual, porque disuelve rigideces y cuestiona prejuicios. Además favorece el diálogo y la posibilidad de seguir aprendiendo a vivir juntos, se tenga la edad que se tenga.

Pero no todo es ideal. ¿Qué dificultades asoman?

Ciertamente, no faltan dificultades. En primer lugar, porque una crianza no autoritaria es mucho más difícil que otra -tal como sucede con el vivir en democracia-; en segundo lugar, porque la atenuación del miedo del chico a los grandes trae un nada despreciable problema: ¿con qué reemplazar el temor a fin de lograr que el hijo obedezca e incorpore normas? Las escuelas enfrentan hoy el mismo desafío. Bienvenida la desaparición del miedo, ¿pero en qué basar mi autoridad si los chicos ya no tiemblan por el castigo que he de darles? Hacerse respetar, tener firmeza, sigue siendo indispensable para educar a los chicos. Y no hay que caer en la idea sentimental y errónea que presupone que de por sí los niños serían buenos si el ambiente lo es: eso es minimizar la propensión del ser humano a la violencia, sea cual sea su edad, etnia, clase, etc. Es un hecho biológico de gran importancia y variadas consecuencias el que los humanos no tenemos ninguna regulación genética que, por sí sola, frene nuestra violencia, como sí la poseen otras especies. Esto se refleja en nuestra capacidad para la crueldad sin límites, que a cada rato sale a primer plano, en lo individual y en lo colectivo.

Y esto ya puede apreciarse en las relaciones que se traman en el jardín de infantes. Por lo tanto, no basta con que los padres renuncien a castigos corporales para suavizar a sus hijos. De hecho, no pocas veces vemos lo inverso: chicos que insultan, maltratan y le pegan a la madre, o amenazan a un profesor.

¿Qué se puede hacer ante eso?

Es un asunto serio. Requiere un espíritu de negociación permanente entre padres e hijos, como también en la escuela. No se arregla con la idea de “poner” límites; no sirve un límite que uno le pone al otro. Sirve y puede funcionar un límite consensuado entre todos, construido poniendo los padres toda su energía, pero incluyendo activamente a los hijos. En la actualidad vemos con frecuencia que muchos padres caen en la parálisis y ceden el timón con una blandura que no le sirve a nadie. Entonces el chico “hace lo que quiere”, pero como no deja de ser un chico que apenas sabe lo que quiere -inestabilidad que también se da en la adolescencia-, en realidad gira en círculos, busca chocar contra alguien firme sin encontrarlo y termina haciendo lo que puede.

¿Eso es signo de desconcierto?

A veces sí, y los padres estallan en gritos y amenazas que el hijo pronto aprende a no tomar en serio. O perseveran en complicadas interpretaciones “psicológicas” que les dan a sus hijos cuando ellos ni siquiera tienen la edad para comprenderlas y se las arreglarían mejor con una norma clara, enunciada por una madre o un padre seguros de su posición y dispuestos a asumir la responsabilidad de afirmar que “esto se hace así porque lo digo yo”, lo cual no es dictadura sino ejercicio de una autoridad que sabe cuándo decir un sí o un no con determinación, porque se está ejerciendo una función que no puede suplir un chico. Esto incluye correr el riesgo de equivocarse: “no me pongo firme porque me creo infalible; me pongo firme porque eso está dentro de mis responsabilidades como padre”.

¿Qué queda, en un balance sobre la relación entre padres e hijos?

El balance no da ni para optimismos ni para pesimismos fáciles. Estamos en una cultura de cambios cada vez más rápidos y sentimos la falta de garantías. Pero también sentimos excitación por una apertura enorme del horizonte. Los padres y los hijos no son la excepción a esta corriente de época: como tendencia, son más libres que en el pasado, tienen más en sus manos la oportunidad de elegir cómo quieren ser y qué quieren hacer, como padres, y como hijos.

 

Categorías
bloguitos

Did 12 Angry Men get it wrong? – The A.V. Club

For more than half a century, 12 Angry Men has served as America’s foremost cinematic self-image. It’s a terrific entertainment, but that alone doesn’t explain its status as one of IMDB’s perpetual top-10 films of all time (No. 6 as I write this)—an old-school, single-set talkathon perched incongruously among adolescent fantasies. Like Schindler’s List (No. 7), it speaks powerfully to our belief that one individual with a conscience can make a real difference in the world, and that’s a genuinely uplifting message that people do right to embrace. Only a stone-hearted soul could fail to be moved watching Henry Fonda slowly, methodically sway 11 other jurors, one by one, employing only reason, compassion, and common sense as weapons. Should any of us ever be falsely accused and on trial for our lives, we’d certainly want someone like him advocating on our behalf. It’s a beautifully idealized depiction of how a jury of one’s peers should (theoretically) operate. 

 

So what if they probably let a guilty man go free?

Clearly, Reginald Rose, who wrote the original teleplay as well as the film script, intended the unnamed defendant—we’ll just call him The Kid, as the jurors generally do—to be innocent. There isn’t some hidden twist that nobody’s ever noticed until now. But in attempting to make the scenario as dramatic as possible, Rose inadvertently and unwittingly made it almost impossible for The Kid not to have killed his old man. Is he guilty beyond the shadow of a doubt? No. If he’s innocent, however, then so was O.J. Simpson, using pretty much the exact same arguments. (I’m indebted to Vincent Bugliosi’s Outrage: The Five Reasons Why O.J. Simpson Got Away With Murder for much of the following analysis. For anyone harboring any doubt about Simpson’s guilt—or about whether Oswald acted alone in killing JFK, for that matter—Bugliosi’s books, though abominably written, are invaluable. He cuts through the bullshit.) 

Here’s the evidence that The Kid committed murder, as discussed by the jury in the film:

  • A few hours before the murder, The Kid was heard loudly arguing with his father, at one point shouting words to the effect of, “I’m gonna kill you!”
  • An elderly man in an adjacent apartment testified that he saw The Kid flee the murder site immediately after he heard the old man scream. 
  • A woman who lives across the street from the murder site testified that she actually saw The Kid stab his father to death through the windows of a passing elevated train.
  • The Kid’s alibi for the time of the murder was that he was at the movies, but when questioned the very same night, he couldn’t remember any details of the pictures he saw—titles, stars, anything.
  • The murder weapon—a switchblade knife—was, by The Kid’s own admission, identical to one he owns, and had been seen in his possession. The Kid claimed to have lost his knife that very night.

Rose, an expert at dramatic construction, has his hero, Juror No. 8 (Fonda in the movie), undermine each of these pieces of evidence individually, assisted along the way by those who’ve defected to the Not Guilty camp. Some items in this impromptu defense are more persuasive than others. The most satisfying, both for its deployment at the climax (it’s the argument that finally convinces E.G. Marshall, playing the most coldly rational juror) and in terms of an appeal to logic, is the observation that the female witness had marks on her nose indicating that she regularly wears eyeglasses, which she wouldn’t have had time to put on when awakened by the victim’s screams in the middle of the night. Far less impressive is the discussion of The Kid’s faulty alibi: Fonda challenges Marshall to account for his actions on each of the last several nights, going back further each time Marshall succeeds, then feels vindicated when Marshall finally gets the title of a film he saw four days earlier slightly wrong (The Remarkable Mrs. Bainbridge vs. The Amazing Mrs. Bainbridge) and stumbles over its no-name stars. It wasn’t even the film he’d actually gone to see (which he names without hesitation), but the second feature. 

None of this ultimately matters, however, because determining whether a defendant should be convicted or acquitted isn’t—or at least shouldn’t be—a matter of examining each piece of evidence in a vacuum. “Well, there’s some bit of doubt attached to all of them, so I guess that adds up to reasonable doubt.” No. What ensures The Kid’s guilt for practical purposes, though neither the prosecutor nor any of the jurors ever mentions it (and Rose apparently never considered it), is the sheer improbability that all the evidence is erroneous. You’d have to be the jurisprudential inverse of a national lottery winner to face so many apparently damning coincidences and misidentifications. Or you’d have to be framed, which is what Johnnie Cochran was ultimately forced to argue—not just because of the DNA evidence, but because there’s no other plausible explanation for why every single detail points to O.J. Simpson’s guilt. But there’s no reason offered in 12 Angry Men for why, say, the police would be planting switchblades.

Here’s what has to be true in order for The Kid to be innocent of the murder:

  • He coincidentally yelled “I’m gonna kill you!” at his father a few hours before someone else killed him. How many times in your life have you screamed that at your own father? Is it a regular thing?

AND

  • The elderly man down the hall, as suggested by Juror No. 9 (Joseph Sweeney), didn’t actually see The Kid, but claimed he had, or perhaps convinced himself he had, out of a desire to feel important.

AND

  • The woman across the street saw only a blur without her glasses, yet positively identified The Kid, again, either deliberately lying or confabulating.

AND

  • The Kid really did go to the movies, but was so upset by the death of his father and his arrest that all memory of what he saw vanished from his head. (Let’s say you go see Magic Mike tomorrow, then come home to find a parent murdered. However traumatized you are, do you consider it credible that you would be able to offer no description whatsoever of the movie? Not even “male strippers”?)

AND

  • Somebody else killed The Kid’s father, for reasons completely unknown, but left behind no trace of his presence whatsoever. 

AND

  • The actual murderer coincidentally used the same knife that The Kid owns.

AND

  • The Kid coincidentally happened to lose his knife within hours of his father being stabbed to death with an identical knife.

The last one alone convicts him, frankly. That’s a million-to-one shot, conservatively. In the movie, Fonda dramatically produces a duplicate switchblade that he’d bought in The Kid’s neighborhood (which, by the way, would get him disqualified if the judge learned about it, as jurors aren’t allowed to conduct their own private investigations during a trial), by way of demonstrating that it’s hardly unique. But come on. I don’t own a switchblade, but I do own a wallet, which I think I bought at Target or Ross or some similar chain—I’m sure there are thousands of other guys walking around with the same wallet. But the odds that one of those people will happen to kill my father are minute, to put it mildly. And the odds that I’ll also happen to lose my wallet the same day that a stranger leaves his own, identical wallet behind at the scene of my father’s murder (emptied of all identification, I guess, for this analogy to work; cut me some slack, you get the idea) are essentially zero. Coincidences that wild do happen—there’s a recorded case of two brothers who were killed a year apart on the same street, each at age 17, each while riding the same bike, each run over by the same cab driver, carrying the same passenger—but they don’t happen frequently enough for us to seriously consider them as exculpatory evidence. If something that insanely freakish implicates you, you’re just screwed, really.

And that’s just one improbability. In order to vote for acquittal, you would need to accept everything outlined above. Some of these coincidences are individually believable—it’s quite possible that both eyewitnesses honestly convinced themselves they saw The Kid, when they actually just saw a vague figure. But as Bugliosi notes of both Simpson and Oswald, in the real world, you cannot have that much damning evidence pointing at your guilt and still be innocent, unless all of it was deliberately manufactured. (The one place where Bugliosi is shaky is that he won’t concede that some of the evidence in the Simpson case may have been planted by cops who genuinely believed O.J. was guilty, but wanted to seal the deal.) As stirring as it is to watch Fonda upend his fellow jurors’ assumptions and prejudices, their instincts were sound. The Kid is almost certainly guilty. What a hell of a downbeat, realistic twist ending that would be, eh? Had the movie been made during the Watergate era, maybe that’s how it would have turned out. 

 

Categorías
bloguitos

Wondering How Far Magazines Must Fall – NYTimes.com

Making a weekly newsmagazine has always been a tough racket. It takes a big staff working on punishing deadlines to aggregate the flurry of news, put some learned topspin on it and package it for readers. But that job now belongs to the Web and takes place in real time, not a week later.

Tina Brown may have understood the digital insurgency that was disrupting the publishing business, but that didn’t stop her from stepping into the maw at the end of 2010, after Sidney Harman bought Newsweek. She married her Web site, The Daily Beast, with Newsweek in an attempt to put the paddles to a franchise gone cold, but Mr. Harman is now gone and his family has withdrawn its financial support. With losses continuing to pile up, that leaves IAC/InterActiveCorp, which also owns The Daily Beast, holding the bag.

As the former editor of Vanity Fair and The New Yorker, Ms. Brown was an odd choice to be Newsweek’s savior. Even in its diminished state — Mr. Harman bought it for a dollar in addition to assuming some $40 million in liabilities — the magazine is aimed at a mass audience in the kind of Middle America places where Ms. Brown, a hothouse flower of Manhattan media, rarely visits. Still, she has been able to maneuver The Daily Beast into the middle of the conversation and she has never lost her touch for getting people talking. But a newsweekly is a brutal, perhaps unwinnable, challenge.

Because of changes to the informational ecosystem, weeklies have been forced to leave behind the news and become magazines of ideas. Ms. Brown understood that; it’s just that some of her ideas weren’t always very good. Sometimes she tried too hard — Barack Obama was depicted as the first gay president — and sometimes not hard enough, as with last week’s cover about fancy dining around the world.

People who predicted that her effort would come to tears might be tempted to do an end zone dance now. But that would be dumb. The problem is not Tina Brown or her conceptual obsessions, or even the calcified formula of the weekly magazine.

The problem is more existential than that: magazines, all kinds of them, don’t work very well in the marketplace anymore.

Like newspapers, magazines have been in a steady slide, but now, like newspapers, they seem to have reached the edge of the cliff. Last week, the Audit Bureau of Circulations reported that newsstand circulation in the first half of the year was down almost 10 percent. When 10 percent of your retail buyers depart over the course of a year, something fundamental is at work.

I talked to an executive at one of the big Manhattan publishers about the recent collapse at the newsstand and he said, “When the airplane suddenly drops 10,000 feet and it doesn’t crash, you still end up with your heart in your stomach. Those are very, very bad numbers.”

Historically, certain categories of magazine will encounter turbulence, but this time all categories were punished in the pileup. People was down 18.6 percent, and The New Yorker had a similar drop, declining by 17.4 percent. Vogue and Cosmopolitan were down in the midteens, and Time fell 31 percent. When Cat Fancy is down 23 percent at the newsstand, it seems that there’s little place to hide. Newsweek, it should be mentioned, was off only 9.7 percent at the newsstand, but that’s cold comfort.

Ms. Brown has been criticized over tarting up Newsweek’s cover — last week the disembodied lips of a woman were awaiting a dangling piece of asparagus — but she does stuff like that because in the fight for the American consumer, magazines are losing. Yes, it was a cheesy grab for attention — akin to Time’s cover gambit of having a 4-year-old hanging off his mother’s breast — but magazines are nothing if not desperate these days.

(Still, it would be hard to come up with a more tin-eared summer feature than “101 Best Places to Eat in the World” at a time of great economic uncertainty. “People should lighten up,” Ms. Brown said in a phone call. “Not every Newsweek cover should be about the dreary economy.”)

It’s not just consumers who are playing hard to get: advertising is down 8.8 percent year to date over the same miserable period a year ago, according to the Publishers Information Bureau. With readership in such steep decline and advertising refusing to come back, magazines are in a downward spiral that not even their new digital initiatives can halt.

It is true that Ms. Brown did not change the fortunes of Newsweek, but it is also true that the magazine was pretty much dead by the time she got her hands on it. Ms. Brown remains convinced that after her very public move away from magazines, her decision to grab Newsweek was a good one.

“I know as well as anyone that the shift to digital has reached a tipping point,” she said. “Everyone is facing the same set of challenges we are — I think we’ve actually done very well by comparison — but with The Beast and Newsweek, we continue to have brands that resonate in very different ways. We just need to decide where to take that in the current environment.”

That decision now lies with Barry Diller, the chairman of IAC/InterActiveCorp and the sole patron of Newsweek. Mr. Diller was anything but reassuring in an earnings call on July 25.

“The transition to online from hard print will take place,” Mr. Diller said. “We’re examining all our options.” He added: “I’m not saying it will happen totally.”

In a phone call over the weekend, Mr. Diller said he was speaking in general terms about the industry and not signaling the imminent end of the print artifact, but he did emphasize that the losses at the magazine were not sustainable — “advertising went away at precisely the wrong time after the deal closed.”

Even though the Harmans are no longer sharing the costs, Mr. Diller said: “I like the challenge. Every bit of research tells us this is a solid, global brand.” He said that he and Ms. Brown would have a plan for the brand/magazine/franchise, whatever it is, by January.

Mr. Diller clearly appreciates Ms. Brown as both a confidante and a friend, but he is hardly a softy when it comes to business matters and bears no special affection for print.

For people like Mr. Diller — or, more grandly, the folks over at Time Warner — who run public companies, continued investment in magazines is going to be a little tough to explain. The best case story involves investing a lot right now in the hope that someday, years from now, the businesses will stabilize. That doesn’t sound like a very attractive place to store capital.

Ultimately, it doesn’t matter what you put on the cover of your magazine if no one will look at you. A few weeks ago, I was in a busy doctor’s office with a dozen others, absently paging through the magazines on the table. The table in front of us was stacked with the pride of American publishing, all manner of topics and fancy covers yelling for attention. Ever the intrepid media reporter, I looked up from scanning Bon Appétit to see what other people were interested in. A mother and a daughter were locked in conversation, but everyone else was busy reading — their phones.

E-mail: carr@nytimes.com;

Twitter: @carr2n

This article has been revised to reflect the following correction:

Correction: August 14, 2012

 

The Media Equation column on Monday, about the declining fortunes of magazines, described incorrectly at one point some circulation figures from the Audit Bureau of Circulations. As the column correctly noted elsewhere, the audit bureau reported last week a drop of almost 10 percent in magazines’ newsstand sales — not in their overall circulation.

 

Categorías
bloguitos

«No maté a Mafalda: dejé de dibujarla» – Perfil

Joaquín Lavado acaba de cumplir 80 años. Recuerda su niñez feliz en Mendoza. Dice que el mundo que evocaba Mafalda está más vigente que nunca y revela que Felipe es el personaje más autobiográfico que ha creado.

Por Magdalena Ruiz Guiñazú"No maté a Mafalda: dejé de dibujarla"

¿Cómo no sentir afecto y admiración por un hombre que ha sido traducido a 26 idiomas (y que, en Argentina, vende 20 millones de ejemplares) cuando dice en voz muy queda: “Yo soy más de dibujar que de hablar…”? Su modestia le impide observar que sus dibujos son, de por sí, una conversación y a lo largo de una tarde de invierno en el departamento al que sonríe desde lo alto la máscara insignia de la Casa del Teatro, Quino explica:

—Nunca tuve ayudantes. Siempre trabajé solo y… –aquí habla un poco para sí mismo como quien entreabre la puerta del tesoro. Te cuento que tengo un dibujo muy viejo que publiqué en “Rico Tipo” en el que se ve a gente en el cementerio corriendo detrás de un ataúd. El ataúd tiene cuatro ruedas y un motorcito y los amigos que van corriendo dicen: “Nunca quiso que lo ayudaran”… ¡Bueno, ese tipo soy yo! Nunca pude trabajar en equipo. Con el único que trabajé fue con el cubano Juan Padrón que hizo los cortos de Mafalda y también otras peliculitas mías con páginas de humor. A él lo ayudé digamos a hacer el argumento de esa peliculitas pero… nada más! Te repito que fue la única vez que trabajé con alguien en equipo. ¡Lo conocí y nos enamoramos muchísimo! Ahora hace mucho que no lo veo porque no ando por Cuba pero fui allí 9 veces y estuve trabajando con él todo el tiempo y lo pasamos muy bien…
—No sé si es una leyenda pero por ahí corre la historia de una agencia de publicidad que te encargó un personaje “con familia” para un producto comercial y que luego no lo quiso. Ese producto era Mafalda y vos la dejaste en un cajón durante varios años…
—Sí, sí, era para una campaña… Además en esa agencia trabajaba Norman Briski. Pasó algo muy curioso: me avisó Miguel Brascó que estaban buscando quién dibujara a una familia para lanzar las heladeras Siam con la marca Mansfield. Entonces había que buscar un nombre que tuviera la M, la F etc. Bueno, y ¡así salió Mafalda! La idea era regalarle la tira a los periódicos como si fuera una historieta “normal” en la que se usaban electrodomésticos de esta marca. Los diarios entonces dijeron “¡Ah, no! ¡Esta publicidad la tienen que pagar!”. Así es que nunca se hizo nada y a mí me quedaron esas 12 tiras de historieta. ¡Así empezó Mafalda!
—Entonces ¿qué hiciste?
—Como te conté fueron a dar a un cajón hasta que un amigo, muy amigo, Julián Delgado (desaparecido durante la dictadura) y que era director de “El Cronista Comercial” y de la revista “Mercado”, me preguntó si, además de la página de humor que hacía para “Mercado”, no tenía alguna otra cosa distinta. Y así fue que le di las tiras que me habían quedado y ¡él comenzó a publicarlas en la primera página del diario! No me dijo nada y yo me encontré, de pronto, con un personaje que no conocía (diez o doce tiras no son suficientes para conocerlo). Entonces, bueno, me puse a imaginar (ya que tenía que seguir con esa historieta) cómo iba a ser el personaje. En aquel momento había un movimiento feminista tan grande en todo el mundo que pensé: “¡esta niña tiene que ser una protestona. Tiene que proponerse reivindicar los derechos de “las chicas!” Y así empecé con ella. ¡Después nacieron Manolito y toda esa gente! ¡El asunto era que las primeras tiras de Mafalda eran hechas con el mecanismo en el que Mafalda leía el diario o escuchaba un noticiero y entonces les preguntaba a sus padres por qué había guerras y todos los desastres que hacemos los humanos! Hice otras treinta o cuarenta tiras hasta que me cansé de esa rutina y pensé que había que poner a alguna otra persona. Dibujé entonces primero a Felipe que era lo contrario de Mafalda. Felipe fue la caricatura de otro amigo, un periodista, Jorge Timossi. ¡Así fueron surgiendo todos porque me cansaba tener sólo a dos protagonistas! Entonces puse a Susanita, a Manolito y… ¡bueno, con personajes sacados de la vida real fui avanzando… –se ríe quedamente–  Manolito era el padre de Julián Delgado que era panadero y no quería que su hijo fuera periodista! Un día entonces Julián se peleó mucho con su padre y se vino a vivir a donde yo vivía. Era en lo de una señora que alquilaba dos piezas en una casa muy linda de Belgrano, frente a la casa de los Alsogaray… ¡en aquellos tiempos María Julia era muy chiquitita  y aún no se había puesto a limpiar el Riachuelo!, termina en una carcajada.
—Bueno… qué barbaridad… –sigue recordando Quino– y luego añadí a Migue que era un sobrino mío que hoy es flautista y tiene cuarenta y tantos años y toca con la Sinfónica de Chile… y de la vida real, creo que no hay más…
—Los libros de Mafalda son diez ¿no?
—En la edición argentina, sí.  En España, con una división un poco distinta son once…
—Pero cerraste la historia. ¡Qué lástima! Hubiéramos querido ver a Mafalda abuela o divorciada o enamorada… ¡qué sé yo!
Quino se ríe: —¡No! ¡No! Para mí es un dibujo. Hay gente que me dice “¡Cómo, un dibujo!, si nos ha acompañado tanto! Es una persona…” Pero para mí, no. Es sólo un dibujo como cualquier otro de los que hago en humor… Leí una vez un libro de Pirandello en el que decía que, una vez que uno crea un personaje después ¡la gente se lo apropia! Y hace con el personaje ¡lo que se le da la gana! Sí, ocurre eso con la gente. Se lo toman como… Te reitero: he oído mucho eso de “¿por qué mataste a Mafalda?” Y yo no me canso de contestar: “No la maté. ¡Dejé de dibujarla!”
—Lo notable es que el mundo se apropió de Mafalda –me equivoco– Tiene una mentalidad que encontrás ¡en todos lados!
—¡Pero, no! –protesta Quino– ¡Vas a Rusia y no la conoce nadie! ¡Vas a cualquier país africano y, tampoco! En lengua inglesa nunca anduvo demasiado bien. En un momento se publicó en Australia pero nada más.  En los países de América latina, sí. En muchos es conocida. Lo mismo ocurre con los países más latinos de Europa: Grecia, Portugal, España, Italia… También es cierto que los sindicatos anarquistas franceses la han lanzado como volante de protesta. Las feministas italianas, muchísimo y, de vez en cuando, ¡la usan para protestar en algún país de América latina!
—¿Países asiáticos no?
—Sí, está en China. En realidad, en China primero la piratearon pero el editor era un inglés que publicaba en China… ¡No es raro que un inglés sea pirata! –se ríe con ganas–. Luego, se publica sin ser pirateada ¡pero ésos no pagan nada! ¡Tampoco sé cuánto venderán! No creo que demasiado. Y luego en Japón se editó alguna vez… Y te explico: que se haya editado en determinados países no quiere decir que se publique porque en los estados nórdicos, por ejemplo, se publicó en todos y anduvo bien en los periódicos pero no como libro. Se vendió poquísimo. También hay una edición en lengua gallega que tampoco se vendió nada. En la edición catalana ocurrió lo mismo. Se sigue vendiendo pero muy poquito. ¡Bueno, yo nunca imaginé que se podía transformar en un fenómeno tan extraño! ¡Bah, extraño, no. Porque las cosas que yo decía ahí siguen sucediendo hoy exactamente igual o peor! Por eso, cuando me preguntan a qué atribuyo el éxito de este personaje yo creo que hay que atribuirlo ¡justamente a que esas cosas  siguen sucediendo! Mirá, Sabato me dijo una vez que los problemas que yo trataba en esa tira eran simplemente los problemas humanos siempre presentes en la historia del hombre: la relación entre padres e hijos; la escuela; el trabajo; las broncas y los amores que uno se agarra con los amigos… ¡Supongo que será por eso! Ahora, cuando los chicos de hoy vean que en mi historieta no hay computadoras y esas cosas creo que, dentro de poco, van a dejar de leerla! ¡En realidad son los padres quienes los inducen a leerla!
—Sin embargo, en la Feria del Libro Infantil, los chicos no pararon de sacarse fotos con vos?
—Sí, es cierto. Ayer había mucho público infantil. La semana pasada, en cambio, en gran parte eran mayores.
—Quizás Mafalda es más un personaje para los padres que para los chicos…
—En el diario “El Mundo” se publicaba en la página de los editoriales y no en la de las historietas. Siempre fui…Mirá, también siempre me consideré un periodista que dibuja pero, en realidad, muchas veces, ¡de humor no tengo nada! Soy medio trágico…
—Diría que, más bien, tenés un humor corrosivo… le tomás el pelo a medio mundo…
—Eso, sí –acepta Quino–. Bueno, lo he admirado a Gila. Los dibujantes españoles siempre me han atraído mucho.
—Pero, ahora, que ya la has matado a Mafalda ¿cómo es tu día?
   Con serenidad, Quino explica su vida diaria:
—Estoy luchando con la vista. Tengo una cantidad de problemas en ese sentido. Por lo tanto me cuesta mucho dibujar. Estoy tratando de hacerlo pero hace ya cinco años que no dibujo nada… O sea que mi vida es… Leer, con bastante dificultad. Escuchar música y mirar libros de humor… Estoy leyendo ahora a Baremboim que me encanta como persona y como músico. Y también como político. Ha logrado algo que nadie había hecho: reunir a Palestina con Israel. Esa orquesta tiene todo un significado político. El que estaba por lograrlo era Rabin cuando lo mataron.
   Hay un breve silencio en el que llegan, lejanos, los rumores del tráfico en la avenida Santa Fe.
—Me gustaría volver a dibujar… –retoma Quino–. Me he comprado una mina muy blanda que tiene la línea más oscura y logro verla mejor. Pero mi problema fue siempre dibujar primero con lápiz y luego pasar a tinta. Nunca fui capaz, como Fontanarrosa, que agarraba la lapicera de tinta y dibujaba directamente! A mí siempre me costó bastante dibujar. En las tiras de Mafalda yo copiaba de un cuadrito al otro para que me salieran  los personajes porque, ¡si no, no era capaz de hacerlos iguales! –se ríe–.
—Modestamente no querés reconocer ahí tu genialidad. Pero sigamos con tu historia, Quino. ¿Cómo era tu casa cuando eras chico?
—En su aspecto era la típica casa romana partida al medio como han construido los italianos por todos lados. La mía, en Mendoza, era una casa estrecha, con zaguán. Una casa chorizo que en el fondo tenía un patio de tierra. Había allí múltiples hormigas. ¡De varias tribus! Y como vivíamos al lado de un aserradero ¡había lauchitas en la casa! Pero lauchitas de las bonitas, simpáticas. Las grises, muy chiquitas y con el hocico rosado. Yo jugaba mucho en ese patio. Jugaba solo. Mi hermano mayor me llevaba siete años y, el otro, cuatro. Por eso siempre jugué como un solitario. Nunca por ejemplo, en la calle, a la pelota, con otros chicos. Esas cosas que hacen los chicos ¿no?
—¿Pero tu papá y tu mamá dibujaban o pintaban?
—No. El que era de dibujar era mi tío Joaquín con el que me crié bastante. Era dibujante y pintor acuarelista. Trabajaba en el diario “Los Andes”. Hacía los avisos de los cines y como trabajaba parte en el diario y parte en su casa, para mí se volvió muy normal que alguien dibujara en su casa y que, luego, apareciera ese dibujo ¡en el periódico! Cuando le dije que quería ser dibujante me dijo que ¡no, que me iba a morir de hambre! Esas cosas que suelen decir los padres de familia! Pero también me ayudaron muchísimo. Cuando me vine a Buenos Aires mi hermano mayor me mantuvo hasta que yo empecé a publicar…
—Una familia en la que se quisieron mucho. Algo muy importante.
—Sí, sí. Eso sí. Y ahora que estuve en Mendoza para mi cumpleaños fue toda la familia y el hermano que vive en Chile, también. Muy lindo… fue muy lindo… –recuerda pensativo–. Y, sí…Nos queremos mucho todos…
—Los que te conocemos poco o sólo a través de tu obra, pensamos que sos un hombre feliz, Quino. ¿No sé si es así?
—Tengo tendencia a amargarme. Desde chiquito me amargaba ¡porque sabía que tenía que hacer el servicio militar! En la escuela me amargaba durante las vacaciones pensando ¡cuándo iban a empezar las clases otra vez! ¡Mirá, lo de Felipe es absolutamente autobiográfico. La timidez y amargarme con el colegio! Y luego… sí, en el servicio militar salía los sábados de franco y el domingo a la mañana ya estaba con un terrible mal humor de sólo pensar que tenía que volver al cuartel. Así es que siempre he tenido esta tendencia… ¡bah, el sentido trágico de la vida!
—Bueno, la vida “es” generalmente trágica ¿no es cierto? Lo que pasa es que quizás hay gente que la sabe mirar de una determinada manera…
—Claro. Sí, sí… Pero tampoco mi objetivo fue hacer reír como Fontanarrosa que comentaba: “el mejor piropo es decirme que se han reído muchísimo con mis libros”. Yo quise, en cambio, hacer pensar más a la gente. Y siempre sentí como una tarea el que la gente se diera cuenta de lo que eran la sociedad y la política.
—En las librerías de viejo aún se encuentran los libros de chistes que publicó Lino Palacio con el seudónimo de Flax acerca de la Segunda Guerra Mundial…
—Sí, el hacía los dibujos y el texto…–Quino recuerda–. Por ser hijo de republicanos españoles yo le tenía un poco de idea! Yo era bastante de izquierda y ¡me molestaba que no le cayeran realmente mal Hitler y Mussolini! Por lo menos no los criticaba demasiado. Pero tenía muchos otros personajes. Ramona, por ejemplo. A mí me gustaba el Cocinero y su sombra. Era algo muy difícil de hacer: todos los gags eran entre el cocinero y su sombra. Había un litigio permanente entre ellos.
—Tuvo una muerte trágica…
—Espantosa… realmente atroz…
   Recordamos el asesinato de Palacio y su esposa. Un episodio terrible. Pero también volvemos a una época en la que las revistas tenían una gran importancia.
—En mi casa –explica Quino– se compraban El Tony, Patoruzú, Rico Tipo y creo que el Tit-Bits. A mí me sorprendía el hecho de que mi padre, que trabajaba en una tienda en Mendoza, comprara todas esas revistas cuando para comprarse un traje tenía que pedir un crédito a diez meses y buscar a un amigo que le diera la firma etc. Siempre pensé entonces que, o las revistas eran muy baratas o la ropa, ¡muy cara! Además era el único jefe de sección que no tenía coche, ¡por ejemplo! Siempre alquilamos casa. Nunca tuvimos una propia. Cuando aparecía el dueño de casa y aumentaba el alquiler ¡era todo un problema! Una preocupación que se repetía siempre.
—¿Y vos?
—Bueno, Alicia mi mujer es muy buena administradora, así es que apenas pudimos… Cuando nos casamos vivimos durante dos años en la pieza de servicio del departamento de sus padres y luego compramos un departamentito en San Telmo donde han puesto una figura de Mafalda en la esquina. Ahí vivimos siete años y luego nos mudamos a Almagro. Finalmente, vinimos para aquí…
Un departamento muy bien ubicado en el que la luz y el sol entran a raudales e iluminan los preciosos recuerdos que ellos han atesorado con un enorme buen gusto.
   Seguimos recorriendo el fascinante mapa de vida de este hombre que creó a Mafalda.
—Para mí el ídolo era Divito! –confiesa–. Mi máxima aspiración era ser su ayudante! Además de haber creado “la chica Divito” (todo un estilo), era un playboy para la época! Siempre tenía mujeres muy lindas. Como Amelia Bence, por ejemplo. Además Divito era muy elegante. Era la época del pantalón-chaleco… –recuerda risueño–. Yo lo quería muchísimo. El hacía los dibujos en lápiz, yo los pasaba a tinta…
—¿Llegaste a ser su ayudante?
—No. Yo dibujaba muy mal pero las ideas me gustaban realmente. Sufrí mucho cuando, después de cinco accidentes, se terminó matando en Brasil al chocar con un camión…. –Quino se sumerge en los recuerdos–. Fijate que, incluso, yo le había comprado un libro de Sempé (el famoso dibujante francés) y él me dijo que se lo guardara para cuando volviera de Brasil… “Me lo das cuando vuelva…” dijo. Me quedé entonces con el libro, claro, y regalé el que ya tenía…
—¿Sempé era el dibujante extranjero que más te gustaba?
—No. También Bosc y Chaval. Excelentes. Los conocí en Paris-Match cuando yo tenía 18 años. Fue ahí cuando me dije: “Tengo que dibujar. Este es el camino a seguir.” Y así empecé. Bosc y Chaval publicaban una página entera cada uno y aquí, entre nosotros, dos dibujantes los siguieron pero, me parece, demasiado de cerca. Te hablo de Basurto (que dibujaba exactamente igual que Chaval) y luego Viuti que hacía lo mismo con Bosc. Pero, bueno… son cosas que pasan!
—¿Y las tiras  como “Hogar, dulce hogar” con el bueno de Dagwood como padre de familia?
—Sí, yo en Mendoza la leía siempre en “Vosotras” que compraba mi tía. Era una historia muy buena. Además, como mi tío era dibujante publicitario compraba muchas revistas norteamericanas para documentarse. Siempre recuerdo las tapas del “Saturday Evening Post” ¡que dibujaba Norman Rockwell! Creo que los dibujantes norteamericanos me influenciaron mucho. En “Patoruzú”  también había gente talentosa como Domingo Masone (dibujaba Capicúa) y en cuanto a dibujantes de historietas, digamos, más serias, está José Luis Salinas. Por ejemplo  hacía “Ednam, el corsario” con unos dibujos estupendos. Aquí, en Argentina, ha habido dibujantes buenísimos. Yo lo quería mucho a Oski. Fuimos muy amigos. Lo mismo con Landrú. Ibamos mucho a Mar del Plata los fines de semana. Como tenía una Estanciera yo aprovechaba para que me llevara. Durante toda la época de “Tía Vicenta” la pasé muy bien con Landrú (Juan Carlos Colombres) y con Carlos del Peral que era el vicedirector. Claro… ¡hasta que Onganía la cerró! Carlos del Peral tambien hizo “Cuatro patas” que duró cuatro números ¡y que también fue cerrada por Onganía! –se ríe quedamente–. ¡Qué barbaridad! Las cosas que hemos visto en este país! Cuando, desde Mendoza, llegué a Bs. Aires con mi carpetita debajo del brazo empecé a recorrer redacciones y me decían “¡de política ¡nada!”; “de sexo ¡nada!”. Así es que me crié como dibujante aprendiendo a autocensurarme! Muy feo. Trataba de hacer metáforas con algunas ideas…
—Bueno, hoy, en democracia, en el más alto nivel, se han referido a los dibujos de Menchi Sábat como “cuasi mafiosos”!
—Sí, me acuerdo. Qué barbaridad! Se está poniendo fea la cosa con la prensa. He visto una sola vez el programa de Lanata pero parece que entrevistó a una señora que tiene una panadería en Tucumán y después de eso le cayó la AFIP…
—Como al de la inmobiliaria por haber hecho un informe que molestó a la Presidenta que ¡gentilmente le mandó también la AFIP por cadena oficial!
—Qué cosa! –suspira Quino.
—Bueno,  hay que estimularse con otras conductas. Por ejemplo veo sobre tu escritorio las “Obras poéticas” de Borges…
—Sí, me gusta muchísimo Borges. Como todo lo que ha hecho. Es la primera vez que me regalan un libro de poesía. Y me encanta. Eso de “…fue por este río que vinieron las naves a fundarme la patria…” ¡me parece una maravilla! Te repito que todo lo de él me parece una maravilla. Me gusta mucho leer. También Sabato, también Cortázar. Y siento una gran admiración por Alfonsina Storni. Me emociona muchísimo. También hemos sido muy amigos con María Elena Walsh. –Quino se ríe silenciosamente:– Fuimos muy amigos hasta que… no sé qué cosa dijo que me cayó mal. Se lo comenté y ¡no le gustó mucho! Pero, bueno, yo la quería mucho.
—Y si, mágicamente, volvieras a ser chico ¿elegirías dibujar?
   La respuesta es inmediata:—Sí. Nunca me hubiera imaginado haciendo otra cosa. Bah… me hubiera gustado, sí, tocar algún instrumento. El piano, por ejemplo. Me gusta mucho la música. Me hubiera gustado… bueno, toqué la armónica cuando era chico… Te diré que cuando la música es buena y está bien hecha, ¡me gusta todo! En cuanto al folklore, aunque te parezca extraño, lo que más he escuchado es música turca.
—¿Por qué?
—Mirá, por razones familiares también me gusta el flamenco pero la música turca nunca repite la melodía cantada sino que los instrumentos de la orquesta van haciendo variaciones sobre el tema. Entonces, no te cansa nunca!
—Y, a propósito de cansancio ¿vos no creés que los jóvenes se han cansado un poco del humor?
—Sí, creo que ha desaparecido bastante. Cuando yo era chico había muchísimas películas humorísticas: el Gordo y el Flaco, Chaplin que era de llorar y reírse pero también estaban Danny Kaye, Red Skelton, Jacques Tati… y ese cine ha desaparecido completamente.
—También en Italia, Sordi y Gassman no han tenido herederos…
—De acuerdo. Porque Benigni… no, no… Bueno, me gustaba mucho cuando lo empecé a ver en Italia por televisión pero, luego, las películas que ha hecho…Inclusive con “La vita é bella” me chocó un poco que tomara un tema así en solfa… Después, la vi otra vez y la cosa no me pareció tan grave… Y volviendo a la época del humor fijate que aquí en radio, por ejemplo, estaban Codecá, Niní Marshall, Sandrini, el Zorro, los Cinco Grandes del Buen Humor… había para elegir. Desgraciadamente esto ha desaparecido.