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Lo que aprendí: Javier Darío Restrepo

Si accedes a ser director de un noticiero, nunca vas a dirigir el noticiero. Compromisos de toda clase cercan a un director; desde los compromisos con la gerencia, hasta los que plantean todos los poderosos de turno que se creen con derecho a ser acatados.

En la rutina del periodista todos los días son nuevos, ninguno se parece al otro.

El buen periodista siempre se está haciendo preguntas y no le cree a nadie.

Las nuevas generaciones de periodistas han cambiado de intereses. Los veo más universales y con una predisposición a la tolerancia. Esta es la enseñanza que he encontrado en ellos. Y caigamos en el lugar común: son más frescos.

La distancia que separa a los libros de estilo de la práctica cotidiana es la misma que separa a la utopía de la realidad. Son una utopía necesaria.

Características de alguien que aspire a ombudsman de un medio: independencia, independencia y más independencia.

Gracias a las sugerencias de los lectores del diario en el que soy ombudsman, gradualmente se le ha dado prioridad a la presunción de inocencia sobre el impulso de acusar y de hacer de los procesos judiciales, material para titulares de sensación. También se le está reconociendo a los acusados el derecho a expresar su punto de vista el día mismo en que se presenta la acusación.

Como ombudsman me autocriticaría no haber acercado más al lector a través de Consejos de Lectores. No lo hice en «El Tiempo», intento hacerlo en «El Colombiano».

La repercusión de mi trabajo la veo en pequeñas cosas: la orientación que se le da a una u otra noticia, alguna posición editorial, los tonos de las cartas que se reciben, algunas de especial agudeza crítica que antes no existía, expresiones de inconformidad razonada que no se solían dar a conocer, cosas así. No hay un medidor, como los termómetros, para saber si la temperatura sube o baja.

Me ha resultado de gran utilidad para la profesión el libro de Porfirio Barroso Asenjo: «Códigos deontológicos de los medios de comunicación». Recopila códigos de ética periodística de todo el mundo y me ha permitido conocer los valores éticos en que coinciden periodistas de todas las naciones. Libro imprescindible: el Diccionario de la Real Academia Española. Cuando no lo necesito, me creo la necesidad de consultarlo.

Me especialicé en la ética periodística por una coyuntura: me hicieron parte de una comisión encargada de presentar un proyecto de código de ética para el Círculo de Periodistas de Bogotá. Hasta ese momento tenía un conocimiento teórico de lo ético y solía dictar conferencias eruditas e incomprensibles, aún para mí. Desde entonces tuve mi cable a tierra que, con los años y el contacto con periodistas de todo el continente, ha echado raíces. Pienso que a los colegas les ha sucedido lo mismo que a mí: el interés por lo ético ha crecido a medida que ha dejado de ser una teoría y se ha convertido en una utopía personal.

Un periódico crea un marco propicio para un ejercicio ético de la profesión si es una buena empresa.

El periodismo ha sido pésimo como poder. Cuando asume ese papel, abandona el que le es sustancial: el de servir. Además incurre en la vulgaridad de los poderosos.

Cuando leo un diario me ilusiona sentir la tibieza de la historia recién horneada.

Como corresponsal de guerra aprendí a mirarle la cara a la guerra y a detestarla. Ante el dilema de qué debe hacer un periodista si hieren a alguien cerca suyo, si ayudarlo o cubrir la noticia, sostengo que hay que ayudarlo. No hay noticia tan valiosa que valga el sacrificio de una vida humana.

No he encontrado el momento de retirarme del periodismo. Y en unas semanas cumpliré setenta años (N. de la R.: la entrevista es de setiembre de 2002).

Si hay algo de lo que estoy seguro en esta profesión es de que nunca aburre.

(Entrevista: Diego Rottman para el Boletín de Periodismo.com Nº 55, de setiembre de 2002)

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Lo que aprendí: Rodrigo Fresán

La utilidad del periodismo es difundir una información: iluminar algo. El periodismo -si todo va bien, si no se mojan las pilas- es como una linterna.

La inutilidad del periodismo, supongo, es que raramente puede modificar los efectos de una tragedia. O de una mala noticia. Y que mucha gente se mete al periodismo porque no sabe qué hacer con su vida.

Yo empecé a hacer periodismo porque quería vivir de lo que escribía: una forma práctica de poner en marcha una teoría romántica. Es decir: yo siempre supe que quería ser escritor. De ficciones. Pero difícil poder vivir de eso. Así que, digamos, me inscribí en esa ancestral y saludable tradición argentina que incluye a Borges, Arlt, Soriano, y siguen las firmas. Supongo que el periodismo viene a ser como el Dr. Jekyll (que trabaja con los materiales de lo verdadero) y la ficción como Mr. Hyde (que se nutre de lo irreal). Al principio no sentía conflicto alguno entre mis dos personalidades. Era como cambiarme de sombrero. Ahora -el tiempo pasa- cuesta más: es como cambiarse de traje de astronauta. Más broches, botones, cierre relámpago, escafandra, tanque de oxígeno. Y la gravedad de la noticia pesa más que la ingravidad de lo que uno imagina, claro. No sé, me gustaría descubrir, por una vez al menos, qué se siente al dedicar el 100% del tiempo de trabajo a una novela. Ya llegará, ya veremos…

No hay buen periodismo mal escrito.

No releo mis viejos artículos. Es más, ahora, en Barcelona, ni siquiera dispongo de todo ese material; dejé todo adentro de cajas, en la casa de un amigo. Todo eso, todos esos seudónimos en revistas de tarjeta de crédito… Cuando vivía en Buenos Aires, en ocasiones, abría alguna revista y releía algo y lo que más me interesaba era la repetición/adicción a ciertas palabras según un determinado momento de mi vida. Poco más. Más de una vez me han dicho que tendría que armar libros con todo ese material. No sé, no creo. Me lo reservo como distracción para la vejez, en todo caso. O que se hagan cargo mis nietos. O los nietos de otro.

Algo muy bueno, por definición, ya es un éxito.

En ocasiones recibo algún e-mail furibundo o algún e-mail agradecido. La verdad sea dicha: recibo más comentarios sobre lo que hago para España o México que sobre lo que hago para Argentina. Me parece que el lector argentino es más extremo: silencio absoluto o alarido. Al lector argentino es, también, al que más le cuesta darse cuenta de que emitir una opinión propia no tiene por qué ser una agresión personal hacia alguien que no se conoce. Así nos va.

Me considero incapaz de escribir un artículo sobre economía argentina. En realidad, podría hacerlo, pero qué sentido tiene.

Yo empecé a trabajar en los tiempos de la máquina de escribir mecánica así que la computadora primero y la internet después fueron recibidos como ascensos o una especie de premios al mérito, ja. Me preocupa más la figura del periodista que ha empezado disponiendo de internet y -lo he visto, leído, padecido- lo único que hace es traducir, practicar corte y confección y presentar como propio un trabajo sobre algo acerca de lo que no tiene la menor idea, como una película que no vió, un disco que no escuchó, un libro que no leyó. Es decir: internet puede ser un gran atajo pero también puede ser, muchas veces, hacer trampa.

De vez en cuando escribo críticas en Amazon. De vez en cuando me gusta sentirme parte de esa especie de hermandad global. Hay críticas muy buenas en Amazon y allí, supongo, escribe gente que no puede escribir en otra parte. Y que son lectores. Me parece una muy buena y saludable idea el concepto de crítica literaria a cargo de lectores críticos. Y es un lugar digno desde donde recomendar algo que a uno le gustó mucho o denunciar algo que no le gustó nada.

Como entrevistador aprendí que lo mejor es que te cuenten historias más que respuestas.

No sé si el periodismo tendría que cambiar la sociedad, ¿por qué esa obligación?… Está claro que hay momentos -lo del Caso Watergate, por ejemplo- cuando el periodismo es más que simple periodismo y reclama funciones y actúa a fondo porque nadie ha actuado a fondo y reclamado esas funciones. Y está muy bien que así sea. Por otra parte, a mí la idea del periodista super-star o el informador-mesías me molesta un poquito; me parece que siempre termina creyéndose que la información es él y no lo que él está contando. Y que sus adictos lo acompañan en este craso error. Pero tal vez lo mejor sería que llegara el momento en que el periodismo nos informara que la sociedad cambió. Sola. Y que nos explicara cómo y por qué. Y, por favor, que por fin cambió para bien.

Me parece que la literatura es íntima y el periodismo es público. Es decir: uno puede llegar a sentir que determinado libro fue escrito nada más que para uno; difícil sentir que un periódico es algo privado y a medida.

A medida que uno crece, se va aficionando a los noticieros. Cada vez más. Veo CNN -una especie de MTV de las noticias- para enterarme de los titulares y me indigno con el discurso patrio-patotero, rubio y dientudo de la Fox. Leo en red «Página/12» y el resto de los suplementos culturales de los otros diarios argentinos. Y el «New York Times». Compro, aquí, en Barcelona, todo los días «El País»: me gustan algunas firmas y extraño los artículos del recientemente fallecido patriarca de la crítica taurina. No sé nada sobre el tema, nunca fuí a una corrida; pero estaban tan bien escritas. Y me interesa mucho, como fenómeno, el periodismo rosa-amarillo. La única revista que compro sí o sí todos los meses es la británica «Uncut».

Lo que más me gusta de la Redacción de un diario es el bar de la esquina. Y lo que ocurre -esa extraña vibración- cuendo llega una de ESAS noticias.

De muy niño ya sabía que quería ser escritor cuando fuera más grande, y está claro que el tránsito de Rodolfo Walsh y García Márquez por mi casa me ayudó a comprender que la figura del escritor era algo cierto y verificable y no, apenas, ese fantasma que se esconde detrás de los libros.

El periodismo -como dicen los detectives- es una profesión difícil. Pero alguien tiene que practicarla.

(Entrevista: Diego Rottman para el Boletín de Periodismo.com Nº 56, de octubre de 2002)

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Lo que aprendí: Pepe Ribas

Entrevista al fundador y director de la revista «Ajoblanco» (España) realizada para el Boletín de Periodismo.com Nº 53, de julio de 2002

La revista «Ajoblanco» nace en 1974, en una España sin libertad. Los primeros números fueron manifiestos. Buscábamos la participación activa del lector. Éramos contrarios a los manejos de los comunistas que trataban de manipular la creatividad cultural emergente y luchábamos contra la censura franquista. La respuesta fue sorprendente desde el primer momento. Jóvenes de toda España querían ser poetas, hacer cine, ir a conciertos de rock, montar comunas, vomitar el autoritarismo, conectarse entre ellos y construir una utópica acracia. Aprendí a trabajar en equipo con jóvenes llegados de todas partes y de distintas clases sociales.

La revista, con interrupciones, siguió saliendo hasta diciembre de 1999. En esta última etapa lo leía gente inquieta socialmente que quería saber más, que quería estar informada, que no se contentaba con lo que les daban los demás. «Ajoblanco» siempre fue libre e independiente. Nunca fue un soporte publicitario para vender productos de la industria de ocio cultural. Siempre mantuvo un criterio y una ética. Ocurre que la gente lo leía en bares y lugares públicos y lo compraba menos que antes. Con menos lectores y publicidad escasa, preferimos tomarnos un respiro. Estos últimos lectores me mostraron un mundo más complejo, más cruel y más injusto que cuando empezamos a editar la revista.

El periodista que cuenta lo que ve, que lo argumenta con todo el bagaje cultural que lleva y que consigue publicarlo sin que le roben una línea o le secuestren un párrafo aunque sea con la excusa de falta de espacio, es un profesional como la copa de un pino. El periodista deja de existir cuando se convierte en secretaria de un gabinete de comunicación, cuando escribe lo que le dicen los políticos, los publicistas o los poderosos sin cuestionar nada.

Los diarios han dejado de ser independientes desde que no viven de sus lectores. Hoy viven de la publicidad y de lo que les sueltan las Instituciones.

De volver a dirigir una revista como «Ajoblanco» mantendría más los equipos humanos y me preocuparía menos de estar siempre al loro. O sea, conservaría más los logros y sería menos experimental. La sed de experimentación constante (cambio de formato, diseños, fórmulas, secciones) se cargó a alguna gente que ojalá hubiera estado cuando tuve que tomar la decisión de suspender la publicación de la revista.

Cualquier libro bien escrito y bueno me ha servido. «A sangre fría», de Capote, y el nuevo periodismo norteamericano me enseñaron a mezclar géneros; los escritores latinoamericanos enriquecieron mi léxico y estilo; los ingleses me enriquecieron el punto de vista. Kapuscinski y Chatwin me parecen ejemplos soberbios de lo que sí se puede hacer hoy.

Busco el contacto directo con quien es noticia o con la realidad que se describe. Cada vez me interesa menos la intermediación del periodista. El tiempo, los espacios y las agencias se están cargando la labor periodística.

Internet es un medio muy estimulante si se sabe usar. Rompe rutinas y te pone en contacto directo con los protagonistas. Es un medio muy plural. Por internet seguí la guerra de los Balcanes y me enteré de cosas que jamás salieron en la prensa escrita. Cosas que fueron determinantes para formarme mi propio punto de vista. «Ajoblanco» no encontró su lugar en la Red porque no era el momento, aún. Cuando salga el tercer «Ajoblanco» en papel, dentro de un año y medio y en Madrid, meteremos un histórico de «Ajoblanco» en la red y crearemos un foro de debates permanente en español.

Cuando es honesto, creíble y estimulante el periodismo puede ayudar a cambiar una sociedad. La mentalidad española cambió muy rápidamente en los setenta gracias a ciertas publicaciones. Estoy orgulloso de cuánto aportó «Ajoblanco» en aquellos momentos, y luego, cuando potenció las primeras ONG a finales de los ochenta o cuando presentó la realidad de las ciudades de América latina con una visión moderna y trasmitiendo la mucha variedad cultural y social que hay en ellas.

El verdadero periodismo se aprende en la calle, observando, comprendiendo mundos ajenos, contrastando realidades, tomando notas, memorizando sensaciones, poniéndote en las agallas de otros, simulando.

Estoy seguro de que siempre escribiré lo que piense aunque no encuentre espacios que me quieran publicar por decir cosas que no convienen a los poderes instituidos. Siempre seré crítico frente a cualquier poder. Para que no se duerma en los laureles del éxito, si lo hace bien. O porque lo hace pésimo y hay que ir a por él.

Cuando tienes miedo o demasiados amigos a quienes no quieres criticar ha llegado el momento de retirarse del periodismo.

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Lo que aprendí: Andrew Graham Yooll

Entrevista realizada para el Boletín de Periodismo.com Nº 52, de junio de 2002

Las noticias son la dosis diaria de fantasía.

Los periodistas nos tomamos muy en serio. El periodismo es un oficio y no una profesión. Las profesiones son regidas por títulos y códigos. Y el periodismo es un oficio porque en gran medida no se rige por ningún código, excepto el código de compra-venta: si yo no hago algo bien, no me lo van a comprar, lo que sucede con todo oficio. En ese sentido, un periodista es igual a un tornero. Decir que este oficio es un sacerdocio me parece un exceso…

La sociedad empieza a crear un periodismo de estrellas. Son los sheriffs del momento. Los «starfuckers», los fornicadores de estrellas.

Los nuevos periodistas se destacan por su tremenda energía. Los cronistas de mi generación llegaban a viejos. Ahora veo que para recoger información en la calle hay que ser más joven. Estar en la calle es estar a prueba permanentemente. De cronista hay que jubilarse a los 29 años y después conseguir un trabajo en la redacción.

Los movileros son prepotentes por encargo, porque los señores que los mandan desde el estudio, son mucho más intolerantes.

Al «Buenos Aires Herald» lo lee gente que quiere información en forma telegráfica y después dedicarse a otra cosa, aquellos que quieren practicar inglés o aquellos que consideran que la mezcla de noticias internacionales que publica el Herald en dos páginas es más completa que la de los diarios grandes. Pero en sus 125 años nunca fue un diario de colectividad. El diario en inglés que fue de colectividad, «The Standard», se fundió por insistir en limitarse a ese único público.

Yo entré al periodismo para aprender a escribir. Como Hemingway, que es la historia heroica, o como Graham Greene que, quizás por ser inglés, es el otro extremo, el sarcasmo.

Nunca estuve tan aburrido como los años que trabajé en la mesa de redacción del «Daily Telegraph», en Londres. Pero lo que yo aprendí allí me ha servido para siempre: cómo reducir una pieza periodística a lo que importa.

El periodismo me ha dado el mundo: por exilio, por trabajo y por elección.

En Beijing fundé una revista en chino sin saber una palabra de chino. Dirigía una revista en Londres y sus propietarios me mandaron a China para que hiciera una versión de esa misma publicación, pero allí. Lo único que entendía en esa revista era mi propio nombre… aunque también eso me lo habían traducido. Siempre me veían de mal humor y a los gritos y ellos irónicamente me pusieron un nombre cuya traducción era «el hombre de gran calma».

Como corresponsal de guerra pude aprender que uno nunca tenía la información. En un conflicto bélico hay demasiados frentes: externos, internos y hacia el interior del medio, en la mesa de redacción, donde la gente también toma partido.

Mientras que en Europa la guerra «hace» periodistas, en América latina un periodista se consagra por denuncias de corrupción. Después de 1982, en Inglaterra a mí no me presentaban como «Andrew Graham Yooll, el periodista del ‘Buenos Aires Herald’ o del ‘Daily Telegraph'», sino como «Andrew Graham Yooll, el que cubrió la Guerra de Malvinas». Pero se trata de una sociedad que tiene una historia de pueblo guerrero, cosa que no pasa en América latina, donde diez días despues de «La Guerra de los Seis Días» los periodistas estaban rascándose la cabeza para tratar de entender qué había sucedido.

Me fui de Argentina en 1976 con una preocupación enorme por las fechas y los datos. Estábamos perdiendo la memoria, como efectivamente nos sucedió. Entonces, una cronología tan precisa («hubo diez asesinados el 4 de marzo a las 15:30») era la única forma de conservar la información en Argentina. Cuando llego a Inglaterra veo otro modo de hacer periodismo: para leer ahora y para tirar a la basura cuando termina el viaje en tren. Ahí no van las fechas, se pone «recientemente». Con ese nivel de precisión alcanza. El historiador se encarga de la fecha exacta en la cronica oficial al final del año. A ellos les importaba un pepino el dato temporal, porque siempre iba a haber alguien que les iba a proveer la fecha y hora exacta que necesitaban.

Siempre la autocensura es peor que la censura. La autocensura es un acto moral que el periodista se impone, mientras que a la censura el periodista se enfrenta, y hasta se puede divertir. Nos parece graciosísimo joder a un funcionario publicando algo que justamente había pedido que no se publicara. La autocensura da lugar al remordimiento: «si yo hubiera dicho eso, no podría haber logrado que las cosas fueran un poco mejor?». En la Argentina de los ’70 el miedo era parte de nuestra vida y caminaba con nosotros como una sombra todos los días, ahí venía el «uyuyuy, mejor no digo esto». Me debe haber pasado miles de veces.

En la profesión sólo tengo una certeza: que hay que llegar al cierre de mañana.

En julio (N. de la R.: de 2002) voy a recibir de la reina la Orden del Imperio Británico. Ellos dicen que me premian por «servicios al periodismo». A mí me gusta pensar que están premiando una secuencia interminable de borracheras, cierta irreverencia y quizás, también, cierto amor por la gente.

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Lo que aprendí: Homero Alsina Thevenet

Esta entrevista puede leerse como una adenda a «Algunas sugerencias para periodistas modestos», que Alsina Thevenet publicara en Una enciclopedia de datos inútiles.

Mi padre fue periodista, como crítico teatral y como director del suplemento dominical de «El Día», entre 1932 y 1969, creo. Nunca puso su nombre como director y cuando le pregunté sobre el punto me dijo que la empresa (los Hnos. Batlle Pacheco) decidía lo que se publicaba o no se publicaba en el suplemento. Con lo cual, él se tiró a menos. Era mejor no figurar. Eso hoy se llama «perfil bajo». No quiso las glorias ni las culpas. Y algo aprendí de eso. Lo que importa es el producto, la cosa publicada. El autor es secundario. No tiene por qué ser anónimo aunque, en la práctica profesional, alguna vez le convenga serlo. Y en todo caso, la primera persona en los verbos es fatal. Genera la pedantería. Y no me hagan poner nombres propios, pero los tengo a mano.

En «El País Cultural» procuramos eliminar la primera persona de todo artículo. Se la mantiene en las entrevistas (es inevitable). También eliminamos los signos de interrogación (¿?), porque creemos que el lector quiere respuestas y no preguntas. No las podría contestar. Mantenemos los ¿? en las entrevistas (también es inevitable). Aspiramos a una prosa informativa, directa, que (como alguna vez pidió Tomás Eloy Martínez) tenga en cada línea un dato, en cada párrafo una idea. La información no excluye agregar ideas propias, si las hubiere. Procuramos retocar las frases muy largas, los párrafos muy largos, los paréntesis muy largos. Pensamos en el lector y especialmente en el lector de diarios que compra el Cultural, quizás sin desearlo, cuando compra «El País». En el promedio, ese lector tiene poca paciencia con la prosa difícil o elaborada, con el exceso de adjetivos y/o adverbios, con el desvío del escritor a temas laterales. Alguna vez escribí que el lector no es nuestro amigo sino un enemigo potencial, que se escapa de nuestra prosa apenas cree que entendió. Y por eso no ponemos copetes a las notas, aunque los piden todos los diagramadores. Mucho lector lee título y copete, mira la foto y sigue de largo. La cosa es atraparlo antes. Para lo cual, la nota debe tener un comienzo seductor.

Soy adversario de la diagramación moderna, que fija tamaños de antemano y «dibujitos» a rellenar. Los criterios de esa diagramación llevan a poner en 50 líneas un tema que sólo merecía 35 o, a la inversa, cortar un texto de 50 porque sólo caben 35. Lleva a títulos artificiosos («aquí me ponés 2 de 58») aunque el mejor título pueda ser otro de dos palabras. En estos días (N de la R: abril de 2002), aludiendo a los difíciles tratos de la economía argentina con el ejecutivo indio del FMI, «Página/12» tituló, sabiamente, «Sí, Bwana», donde otros habrían titulado algo así como «En el gobierno aprobarían algunas medidas propuestas por el delegado del FMI».

Las Escuelas de Periodismo están muy bien para algunas cosas, como la legislación del ramo, la pericia en máquinas de escribir y sus anexos, la solvencia en ortografía y gramática. Demasiados novicios escriben mal los nombres propios (Massachusetts, Guinness, Marilyn) y le erran a palabras del castellano (exhorbitante por exorbitante, deshechos nucleares por desechos nucleares, hilación por ilación). Si las escuelas exhortan a escribir textos bajo un profesor exigente, mejorarán coherencia y comprensión, quizás estilo. Pero si los chicos quieren además hacer periodismo, deben meterse en un diario o revista en «pasantía», aguantar humillaciones, esperar oportunidades, empezar de abajo, corregir pruebas. O sea que ningún Manual Para Andar En Bicicleta puede servir tanto como montarse en la bicicleta y caerse un par de veces. He tenido «pasantes» en «Página/12» y luego en el Cultural. Todos ellos, sin excepción, se declararon mejorados y hasta orgullosos de la experiencia. Las Escuelas de Periodismo son a la Facultad de Derecho lo que el periodista práctico es al abogado en funciones.

Internet tiene limitaciones parecidas. No llego a saber quién tira tanta información a esa pantalla y casi toda ella es útil. Pero no debe ni puede suplir a la cultura de quien consulte, así que hay que mirarla con ojo crítico. En su momento debí hacer una nota sobre la película «Titanic» y consulté Internet para saber qué otras versiones se habían hecho del naufragio de 1912. Yo tenia mi lista, desde luego. En la de Internet no apareció «A Night to Remember» (inglesa, 1958), que era una excelente recreacion del caso, y eso se debió a que Internet rastreaba bajo la palabra Titanic. Y en cambio me daba «Titanic Orgy» (literalmente Orgía Titánica) que era un film porno, ajeno al caso. Puse ese divertido punto en mi nota.

El archivo del periodista es indispensable, desde luego. Eso es cierto para el cronista deportivo, porque de pronto necesita saber cuántos goles hizo Fulano el año pasado. Agreguemos los antecedentes indispensables para quien haga política, policiales, gremiales o carreras. Y lo mejor es que cada cronista haga o supervise su archivo.

He escrito algo de cine y debo ratificar aquí que el archivo de cine es absolutamente imprescindible, y no solamente por las fichas técnicas de películas antiguas sino por artículos, de varias décadas atrás, sobre directores, productores, temas, estilos, tendencias. Quien no cumpla con ese conocimiento no estará capacitado para una buena reseña sobre «Apocalypse Now» (1979), sin hablar de lo que debería saber sobre Vietnam. El oficio me ha llevado, hace ya tiempo, a la convicción de que el cine visto desde la platea (imprescindible) no aporta todo lo que debe saberse para escribir al respecto. Detrás de la pantalla, invisibles para el novicio, quedan los productores, las adaptaciones, las deformaciones de algunas historias reales o de novelas, la censura. Quien se conforme con lo que ve desde la platea terminará con pronunciamientos personales (comedia divertida o aburrida, drama inverosímil, aventura demasiado larga) y eso sería una mala evaluación, una mala credencial para un crítico.

La critica cinematografica es hoy menos útil que antes. Me explico:
1) Entre 1950 y 1970, era posible escribir cada semana del último Kazan, Kubrick, Wyler, Cukor, Huston, Wilder, Rossellini, De Sica, Lean, Reed, Visconti, Bergman, Truffaut, Satyajit Ray o algún ignoto film húngaro, polaco, checo, yugoslavo. Teníamos cine europeo, remember. Desafío a que me muestren un repertorio parecido en las últimas dos décadas. Ha bajado el nivel y por tanto ha bajado el nivel de la crítica. Demasiados autos que explotan, demasiados chiches fotográficos de los laboratorios. Poco que decir al respecto.
2) Aun así, con el film en cartel durante más de una semana, la crítica puede servir para mucho espectador. Pero el cine ha mudado su domicilio. No puedo hacer crítica de lo que se dio en TV Cable porque ya no está en cartel, o lo estará otra vez, dentro de veinte días, a las 4 de la mañana. No puedo comentar el material de video (hay mucho y bueno) porque eso llevaría a hacer un catálogo en libro y no una reseña en diario o semanario.
3) Los diarios me confirman que poca gente lee crítica. Lo hacen al exigir notas cortas y al reducirlas a una píldora de pocas líneas, con 3 o 4 estrellitas de calificación, que son a su vez otra arbitrariedad poco didáctica.

En la película «El ciudadano» conocí a Charles Foster Kane como un magnate ruidoso, honesto en alguna cosa, tramposo en otras, pero de su periodismo supe muy poco. Seguramente era colosal para supervisar el trabajo ajeno, pero no es seguro que escribiera muy bien. Me gustó, sin embargo, que terminara la nota (contra su propia mujer) que su colega borracho no había podido completar. Me gustaría trabajar con él, pero no BAJO él.

Uno de mis principios es dejar reposar la prosa hasta el día siguiente, si se puede. Otro es evitar adverbios inútiles. Sé que hay que evitar las vaguedades, los comodines («de alguna manera», o «de algun modo», o «concretamente» o «en otras palabras»). Sé que un periodista que escribe «sin duda» ya está dudando.

(Entrevista: Diego Rottman para el Boletín de Periodismo.com Nº 51, de mayo de 2002)

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Lo que aprendí: Christopher Crommett

La segunda entrevista de esta serie se la hice a Chris Crommett, vicepresidente principal de CNN en Español para el Boletín 50, de abril de 2002. Hay un par de referencias al 11-S y a la primera (y controvertida) elección de George W. Bush.

La persona que aspira a ser periodista debe nacer con tres «ces»: curiosidad, creatividad y compasión. Sin curiosidad, no sabrá indagar, cuestionar, retar. Sin creatividad, no podrá comunicar con efectividad y originalidad. Sin compasión, perderá de vista el aspecto humano de las noticias y los intereses vitales de sus lectores, televidentes o radioescuchas.

La gran mayoría de las personas está dispuesta a darle a uno información si uno procede de buena fe.

El 11 de setiembre de 2001 aprendí que lo inimaginable puede ocurrir, y que debemos tratar de estar preparados profesional y psicológicamente para cubrirlo. Tambien aprendí que mientras más difícil el reto, mejor responde nuestro personal.

En sitios donde no se ve o conoce a CNN en Español, a veces nos topamos con limitaciones en cuanto al acceso a la información, a los protagonistas de la noticia, al lugar de los hechos, aunque el ser parte de CNN tiende a abrirnos muchísimas puertas.

Cuando me tomo vacaciones trato de «desenchufarme» porque lo considero saludable; le recomiendo lo mismo a todo el que trabaja conmigo. Sin embargo, no resisto la tentación de agarrar unos minutos de algún noticiero de radio o televisión con el cual me cruzo en el camino. Además, cuando viajo, tengo la costumbre de comprar el periódico local o nacional de cada sitio que visito.

Para CNN la mayor enseñanza de haber adelantado erróneamente el resultado de las últimas elecciones presidenciales de los Estados Unidos es que las proyecciones electorales, especialmente en una contienda extraordinariamente cerrada, no son 100% confiables. Esto pese a que por décadas dichas proyecciones habían arrojado información que en general terminó siendo precisa y correcta. Con las nuevas normas y los nuevos filtros que hemos establecido, no creo que se repita ese fenómeno lamentable.

Lo fundamental que desea saber una persona que sintoniza un noticiero o accede a un sitio informativo en Internet es si el mundo es seguro para él o ella, y su familia. Por eso las guerras, los desastres naturales, los crímenes a gran escala son de un interés visceral. La segunda preocupación básica es el bienestar propio y familiar. Allí entra en juego la información que pueda ayudar a la persona a participar más efectivamente en el proceso político, a lograr mayor progreso económico y social, a ser más efectivo profesional y personalmente. Por eso hablamos en nuestros avisos promocionales de la información que usted «necesita saber». Luego hay información que responde a la curiosidad innata de las personas por aprender y saber más sobre temas, personalidades y lugares interesantes.

El consumidor de noticias bien informado usa un amplio menú de medios. No nos consideramos un medio que compite sino que se complementa con los medios con enfoque nacional o local. Vamos a cubrir las noticias con una perspectiva distinta y esperamos ofrecer un «valor agregado» para nuestra audiencia.

Siempre queremos ser los primeros, pero de nada vale si nos equivocamos; es más importante ser los primeros en dar la noticia correctamente.

A veces la línea entre informar responsablemente y ser manipulado es muy fina. Tratamos por todos los medios de no cruzarla. Reconocemos que la proyectada cobertura noticiosa es un factor en la fatídica ecuación que usan los grupos que cometen actos terroristas, pero no por ello debemos dejar de informar un hecho importante. Creo que con el manejo cuidadoso y concienzudo de los videos de Bin Laden, luego de los atentados del 11 de septiembre, las cadenas de CNN dieron un buen ejemplo de como no dejarse manipular.

El buen periodista es metódico, cuidadoso, pero agresivo cuando tiene que serlo. El buen periodista se autoevalúa constantemente para estar consciente de sus posibles prejuicios o nociones preconcebidas. El buen periodista vive en un estado de alerta sabiendo que, si baja la guardia o se descuida, puede cometer un error que puede tener un impacto nocivo enorme.

Tratamos una noticia policial «local» cuando tiene cierta dimensión para ser considerada de interés regional o internacional, o tiene un componente humano tan neurálgico y universal, que trasciende fronteras y diferencias nacionales.

America Latina estaría progresando mucho más lentamente hacia la democracia si no fuera por el trabajo de periodistas independientes e incisivos que destapan prácticas anti-democráticas, la corrupción y la manipulación por parte de entidades poderosas, sean políticas, sociales o comerciales.

Han habido poquísimos intentos de presionarnos indebidamente. Creo que en general se reconoce que CNN no se deja intimidar ni cede ante presiones externas. Obviamente, muchos sectores buscan informarnos de su punto de vista e influenciar nuestra cobertura. Pero eso forma parte del proceso editorial. Aplicando nuestras normas éticas, sabemos poner esta información y estos acercamientos en su justa perspectiva.

Estoy seguro de que, a la larga, la calidad vale más que el amarillismo, sensacionalismo u oportunismo.

Tendemos a ser menos reflexivos de lo que quisiera; es decir, tendemos a reaccionar a las noticias, cosa que hacemos muy bien y para la cual estamos bien capacitados y equipados tecnológicamente. Pero no hacemos un trabajo lo suficientemente bueno en identificar y anticipar las tendencias que pueden ser clave, antes de que comiencen a surtir efecto.

No tenía muchas expectativas con el periodismo, ya que comencé a trabajar en una emisora de radio casi por casualidad. Cuando era estudiante universitario, estaba buscando un empleo de verano que no fuera como los que había tenido en años anteriores: fregando platos o pisos, limpiando baños, repartiendo muestras de jabón, instalando rótulos en taxis, etc. Un amigo de la familia era el gerente de una estación de radio y me dio mi primer trabajo. Me enamoré de esta profesión y, sin haber planificado realmente mi carrera, he terminado teniendo unas oportunidades absolutamente maravillosas.