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«Festina lente»

(Sexta entrega del “Manual de zonceras digitales”, publicada en el boletín 132 de Periodismo.com de julio de 2009)

Junio fue el mes de las noticias en tiempo real. El símbolo: Twitter en la tapa de Time. La nota principal se titula «Cómo Twitter cambiará nuestra forma de vida». Y se sumaron a la movida las notas que contaron cómo los usuarios de esta cada vez más popular red social se enteraron antes de la muerte de Michael Jackson o del escándalo del gobernador Mark Sanford y siguieron paso a paso la revuelta en Irán, lo que llevó a algunos a arriesgar si es Twitter el medio noticioso del siglo XXI. ¿Profecía o zoncera?

Mientras que en los diarios de papel el tiempo mínimo de una noticia sigue siendo un día (el tiempo entre una edición y otra), los diarios online reducen ese espacio a horas. Con Facebook y Twitter, donde no es necesario redactar un texto de varios párrafos, esos tiempos se pueden acotar a segundos. Como con la radio o la televisión, llegó a Internet el tiempo real para las noticias.

Esta bulimia informativa que hace que una historia reemplace pronto a la otra se corresponde con las nuevas demandas de los lectores, especialmente de las nuevas generaciones. Google Trends, que mide las tendencias de búsqueda, da cuenta del fugaz interés por la muerte de Michael Jackson, demostrando que los medios insistían con el tema cuando al público ya había dejado de interesarle.

La lucha por ser el primero y ofrecer en forma destacada las noticias de último momento es la marca distintiva de los medios digitales, que sacrifican su edición impresa -donde está el material de más calidad- a una segunda solapa y destacan lo que acaba de pasar, generalmente con estilo pobre y refritando cables de agencia. Esta movida por llegar antes termina homogeneizando a todos los medios, a diferencia de lo que sucede con la edición impresa, donde la personalidad de cada periódico es determinante. En la portada digital da lo mismo leer a uno que a otro. El fetiche por el minuto a minuto no parece ser una elección astuta.

Con el episodio de Sanford se demostró que tener primicias no necesariamente sirve para algo. A los pocos segundos su competencia las habrá reproducido. Los picos de audiencia son efímeros. Nada garantiza la fidelidad de los lectores a futuro. A veces demandan gastos extraordinarios. Y ni siquiera generan una mayor rentabilidad.

Tampoco que el sitio TMZ tuviera la primicia de la muerte de Michael Jackson cambió la ecología del consumo de noticias. Los usuarios norteamericanos prefirieron seguir la historia en medios tradicionales como LA Times o CNN, aunque demoraran más en confirmar el fallecimiento del cantante. Interpretando estos datos, Los Angeles Times afirma en su blog «a veces es más importante confirmar un hecho que ser el primero en reportarlo», una reformulación de la máxima de García Márquez: «La mejor noticia no es siempre la que se da primero sino muchas veces la que se da mejor».

Y aquí es donde Twitter todavía no compite con los medios establecidos. Los periodistas profesionales seleccionan, filtran, jerarquizan y, sobre todo, chequean. Es cierto que los usuarios de Twitter fueron los primeros en informar la muerte de Michael Jackson y Farrah Fawcett. Pero también anunciaron los decesos de Jeff Goldblum, Natalie Portman y George Clooney que, al momento de escribir estas líneas, gozaban de buena salud. En palabras de Jeff Jarvis: «en esas coberturas de y por la gente estamos experimentando serios fallos de depuración. Sólo hace falta ver los cientos de tweets que surgen cada minuto y el sobreuso del la palabra ‘confirmado’ en ellos, lo que carece de sentido si no se sabe quién está haciendo esa confirmación. No hay modo de saber quién es quién, quién está ahí, quién está diciendo la verdad, quién no la está diciendo».

La prensa debe responder a las demandas de una información más veloz y efímera. Pero no debería abandonar las características por las que los lectores la elige a diario: la calidad de sus fuentes y sus periodistas, la profundidad de análisis y la cautela a la hora de informar. No pasa nada si se llega un poco después que la competencia en pos de un mejor periodismo. Festina lente, oxímoron de Augusto que se traduce como apresúrate despacio : «Id lentamente si queréis llegar antes a un trabajo bien hecho».

Diego Rottman

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Free vs. fee, un falso debate

(Quinta entrega del “Manual de zonceras digitales”, publicada en el boletín 131 de Periodismo.com de junio de 2009)

Mayo empezó con Rupert Murdoch anunciando que su empresa News Corp. estudiaría modos de arancelar sus contenidos online. Y terminó con una reunión secreta donde representantes de los principales conglomerados de medios discutieron cómo empezar a cobrar por el material que vienen ofreciendo gratis en la web desde hace ya una década y media.

El debate de "Free vs. fee" (gratis vs. pago), acerca de si cobrar o no por las versiones electrónicas de los periódicos, vuelve cíclicamente desde que, en los comienzos de la web, los diarios replicaban parte de sus ediciones de papel sin cobrar. Volvió con el cambio de siglo, con la hinchazón de la burbuja de las puntocom. Y ahora, en plena crisis global, con los ingresos publicitarios en descenso, retorna con más o menos los mismos argumentos desde los dos bandos.

Es cierto que Internet no es lo que era hace diez o quince años. Esto vale tanto para los usuarios -más duchos a la hora de conseguir contenido sin pagar-, como para los medios -con menos periodistas y a la vez más contenido producido especialmente para sus ediciones digitales-. Los lectores quieren más y mejor contenido (gratuito) y los medios necesitan más ingresos para poder diferenciarse entre sí.

Pero ninguna empresa regala algo por lo que puede cobrar. Si el modelo de suscripciones fuera más viable que el de vender publicidad, ya todos los diarios habrían arancelado sus ofertas de contenido. Pero diarios generalistas como The New York Times y El País, de Madrid, hicieron el experimento y tuvieron que volver a regalar sus producciones.

Los defensores del modelo cerrado citan los ejemplos exitosos de The Wall Street Journal y Consumer Reports. Pero no es lo mismo este contenido único, exclusivo y de referencia que el que es capaz de ofrecer un diario generalista. Nadie va a pagar por contenido que puede obtener gratis en otro lugar…

¿Por qué contenido sí pagarían los lectores? La historia de la web demuestra que los usuarios solo pagan por algo que les permita recuperar lo que invierten (información financiera, capacitación) o por privacidad (pornografía). Desafortunadamente para los diarios, las últimas medidas gubernamentales o los resultados del partido de fútbol no entran dentro de estas dos categorías.

Este falso debate, sin una resolución a la vista, debería cambiar de ángulo y partir de la base de que el contenido de los diarios impresos también es gratuito. En realidad lo que se paga con el precio de tapa es el costo del papel, la impresión y la distribución. El resto de la operatoria se financia con publicidad. Al igual que en el soporte digital, donde el precio de "la distribución" lo cobra quien brinda el acceso a Internet.

Entonces, si el contenido es incobrable, ¿dónde deberían mirar los medios para financiar su producción? A sus lectores, agrupados bajo la personalidad fuerte de esos centenarios emisores de mensajes que son los diarios, y empezar a contactarlos entre sí, como lo hacen Facebook y otras redes sociales, pero con una mejor segmentación. Lo que fueron los avisos clasificados para los diarios impresos (mezcla de publicidad y servicio) debería ser la comunidad para los nuevos medios: un espacio para contactarse con pares y referentes para obtener beneficios por los que estarían dispuestos a pagar. Al margen de las noticias, pero a partir de ellas.

Diego Rottman

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La audiencia ideal

Tapada por el debate sobre la Ley de Medios, Víctor Hugo Morales deslizó en una entrevista una interesante opinión sobre sus oyentes:

Todas las radios tenemos sectores de oyentes de los cuales quisiéramos despojarnos, por lo menos yo. A mí no me gusta el oyente que es partidario de la pena de muerte, que no te permite plantear con naturalidad el tema de la despenalización del aborto, no me interesa el oyente que cuando matan a alguien sale a pedir que los menores de doce años tienen que ir presos a Siberia. Entonces, si a esa gente que en algún momento le caía bien porque criticaba al Gobierno por el tema del campo o como estoy contra el Gobierno en los casos de corrupción, ahora me ve mal porque siendo el mismo tipo y sin ninguna fuerza exterior en pugna estoy a favor de una medida, esa gente no me importa. Los oyentes que yo perdí por la Ley de Medios, estoy contento de haberlos perdido. A mí no me importa ese riesgo.

Todos los medios, pero en especial la radio, se caracterizan con un servilismo hacia su público. No importa la estupidez que diga el llamador consuetudinario, hay que "cuidarlo". Pergolini en sus comienzos, Baby Etchecopar o "el Loco de la Colina" son de los pocos que se animaron a contradecir al soberano radioescucha. En sus shows de stand up comedian Larry David tras examinar al público podía abandonarlo porque, afirmaba, no iban a entender su monólogo.

Pero los medios lucran con la audiencia y espantarla en malón como se propuso Víctor Hugo estos días no lo puede hacer cualquiera. En otro reportaje explica:

A mí, y a los que creemos en la ley, el Gobierno quiere hacernos un regalo: hacer saltar por el aire a un grupo de mafiosos escudados detrás de la libertad de prensa. La persona que no me escuche porque digo esto es cómplice de ese grupo de mafiosos. Ese oyente a mí no me interesa. Si ese oyente son muchos y pierdo audiencia y por eso la radio en la que trabajo no prolonga mi contrato, es un riesgo que asumo.

¿Cuántos pueden tomar ese riesgo? Es más, ¿hubiera tomado ese riesgo Víctor Hugo cuando empezaba su carrera?

En los comienzos, la prensa política apuntaba a los afines, pero también a persuadir a los ajenos. Cuantos más fueran los convencidos, mejor. Con la llegada de la prensa comercial, la máxima masividad también fue una meta a conseguir: más lectores, más avisos.

Con los medios digitales, las nanoaudiencias no suenan, por primera vez, descabelladas. Es más, hasta un blog unipersonal bien segmentado puede ser más rentable que un diario online con una redacción sobredimensionada. Y quien emite el mensaje tiene las herramientas para filtrar la IP de los lectores indeseables, cerrar los comentarios o borrar las acotaciones de los trolls.

Pero como con los diarios y los medios audiovisuales, no hay forma de controlar con exactitud quiénes son nuestros lectores. El diario ojeado en el bar, el programa de tv visto desde la bicicleta fija del gimnasio, el post de un blog leído por el que llegó desde Google buscando una combinación alocada de palabras. Audiencia casual, de segunda. Yo, por ejemplo, jamás imaginé que entre mis lectores tendría tal cantidad de fans de Luisana Lopilato o de candidatos a policía.

Existe un espacio que contempla la posibilidad de emitir un mensaje a una audiencia avalada totalmente por el emisor: Facebook. Ahí quien comunica algo no solo sabe exactamente a cuántas personas se lo dice, sino que también conoce -como mínimo- todos sus nombres y apellidos. Puede admitir a quien quiera y rechazar a quien quiera. Puede ir a buscar a un receptor específico para incorporarlo. Y hasta puede segmentar su mensaje en subgrupos. Y sin audiencia de segunda.

Asi que Víctor Hugo, ya sabe. Si lo echan de Continental, ábrase una página en Facebook.

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Apología del enlace

(Cuarta entrega del “Manual de zonceras digitales”, publicada en el boletín 130 de Periodismo.com de mayo de 2009)

¿Quién hubiera pensado hace unos años que un tímido buscador iba a provocar la ira de los principales medios de comunicación del mundo? Este mes Google fue protagonista de un debate en muchos frentes con los mayores productores de información. La agencia AP se propuso –y los periódicos norteamericanos la siguieron– como policía de sus contenidos. En el ojo de la tormenta está el principal buscador del mundo, acusado de intermediario entre la prensa digital y los lectores. En la medida en que Google tiene casi el monopolio de las búsquedas para decidir a qué medios privilegia y a cuáles condena.

Lejos de amedrentarse, Google redobló la apuesta, anunciando un nuevo sistema, superador de Google News, donde los usuarios accederían a links informativos de su interés sin siquiera tener que buscarlos. Google no les dará a los diarios nada del dinero que obtenga por esas búsquedas, según confirmó Eric Schmidt, el CEO de Google, lo que augura nuevas iras de estos generadores de contenido.

Los medios tienen buena parte de razón en sus enojos: producir buen contenido periodístico original sigue siendo caro. Muchísimo más barato que hace unos años, pero no está al alcance de cualquiera. Hace falta un periodista formado y competente, viajar al lugar de los hechos o tener una red de corresponsales y si el soporte de transmisión es video, poseer el servidor y ancho de banda apropiados. Linkear es gratis.

Pero también es cierto que un titular es una pequeña porción de una noticia. Al verdadero contenido se accede siguiendo el link, que irá al medio que produjo la información con sus correspondientes avisos. El dinero que hace Google mandando visitantes a un sitio no le impide al sitio ganar dinero, sino todo lo contrario. Un usuario puede llegar a la noticia desde Google, pero si el contenido es bueno, volverá sin necesidad del supuesto intermediario. Y ningún medio está obligado a figurar en Google (hay procedimientos muy sencillos para excluirse). Pero, por el contrario, los grandes medios manejan un doble discurso donde por un lado se quejan pero por el otro optimizan sus sitios siguiendo las directivas de Google para figurar en los primeros puestos de los resultados de búsqueda. Google no controla las noticias, las expone.

Los diarios digitales, que se jactan de tener los últimos chiches para mostrar las noticias se niegan a recibir links. Pero también a darlos: son poquísimos los sitios de noticias que enlazan a fuentes externas, como si linkear a un competidor implicara regalarle usuarios. Todo lo contrario: enlazar a buen contenido hace que el lector vuelva en busca de más contenido interesante. En el "Mundo Real" probablemente el lector de un diario no lea otro. Pero la web no funciona así, donde lejos de excluirse, los medios coopiten (híbrido de competencia y cooperación).

En la maraña de noticias de la web, donde todos dicen más o menos lo mismo, recibir un link debería ser una distinción. Y está demostrado que linkear hacia afuera aumenta la credibilidad. La web es, ante todo, links: un enlace que conecta con otro que conecta con otro. Así se "navega". Sin links, estaríamos "anclados".

Diego Rottman

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Curso de Periodismo Político

En octubre comienza un nuevo curso a distancia en Periodismo.net: Periodismo Político.

Está dictado por Marcelo Larraquy, autor de las biografías de Galimberti y López Rega y Premio Konex al Periodismo de Investigación.

Los objetivos son «conocer y saber aplicar los recursos y géneros en el periodismo político, mediante el estudio de distintos casos».

Está dirigido a estudiantes de Periodismo y Ciencias de la Comunicación. productores, editores, jefes de prensa, voceros, políticos y especialistas de otras ramas que deseen incursionar en el periodismo político.

El curso de Periodismo Político se hace completamente a través de Internet, dura tres meses y una vez finalizado se otorga un certificado.

Además vuelven a darse, por última vez en el año, los cursos de Periodismo Digital, Periodismo Deportivo, Periodismo Narrativo, Taller de Redacción Periodística y Taller de Producción Periodística.

Links:
Periodismo.net
Periodismo Político

Marcelo Larraquy

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Fe de erratas se busca

(Tercera entrega del “Manual de zonceras digitales”, publicada en el boletín 129 de Periodismo.com de abril de 2009)

Cada 1º de abril los anglosajones festejan April Fools’ Day. En esos países, como el 28 de diciembre en los de habla hispana, es un día consagrado a gastar bromas. Cada vez son más los medios de comunicación que se suman al ritual e incluyen en su agenda informativa, alguna noticia inventada. En su entrada sobre el tema, Wikipedia resume algunos de los casos más notorios de bromas de la prensa en ese día.

El problema es cuando los medios digitales, acostumbrados al copy & paste, refritan o fusilan estas noticias como si fueran verdaderas. Así, este año, el diario británico The Guardian anunció que, tras 188 años de editarse en papel, a partir de ahora iba a publicarse exclusivamente en Twitter, la aplicación de moda del momento. Era una broma, pero varios medios, entre los que estaban el ABC de España, se hicieron eco de la noticia dándola por verdadera.

Pero las equivocaciones no son privativas de estas dos fechas. Cada día aparecen en los diarios online noticias de dudosa autenticidad que nadie se ocupa de rectificar. En un extremo están las noticias falsas, aunque la gama es más amplia. Errores de traducción, títulos que malinterpretan el contenido, conclusiones erradas a partir de estadísticas (como releva desde hace años Malaprensa) y hasta supuestas novedades que pasaron hace varios años.

En este último grupo, hace algunos días se cometió una gigante. Varios portales de actualidad, entre ellos Infobae y Ámbito anunciaron que Winona Rider "hizo alarde de su costado más hot en una sesión para la revista ‘The Face’ en la que se la animó a quitarse el sostén". Pero lo que se presentaba como una noticia, había sucedido hace ¡quince años!. No la semana pasada o el mes pasado, ¡era una "novedad" del siglo pasado! A tal punto que la aludida revista The Face dejó de editarse en el año 2004.

Los medios digitales se manejan con una impunidad que los impresos no tienen. El error en un papel impreso es contundente. En la web pasa a ser una página más entre miles de millones. Y nadie debe quejarse: al fin y al cabo es gratis. Estas zonceras alumbran espacios informativos sin correctores, sin una jerarquía que permee la calidad de la información, sin balances sobre el contenido publicado y sin una reflexión ética sobre el material periodístico que se da a conocer.

Pocos medios online incluyen al final de cada noticia la posiblidad de que sus lectores reporten algún error. De los que lo permiten, no todos terminan corrigiéndolo. Ante una errata, un medio digital debe mantener la noticia y dar cuenta de la equivocación, de un modo destacado y en la parte superior de la página. Algunos lo corrigen en silencio. Otros optan por esconder la suciedad bajo la alfombra y eliminan el archivo. Reacciones cuestionables, pero al menos son reacciones. Lo que no debe hacerse nunca es mantener el yerro. Como Clarín.com, uno de los medios más leídos de habla hispana, que mantiene con tozudez cada equivocación que comete en su sitio web. En un soporte que permite corregir al instante cualquier error, no rectificarse es el peor error.

Diego Rottman

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Si es Bayer, es bueno

Ilustración involuntaria de nota de Página/12 de hoy a la nota sobre el peligro de usar las camas solares para broncearse:

tostado
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Introducción a la zoncera digital

En 1968 Arturo Jauretche publicó el libro "Manual de zonceras argentinas". Allí diseccionaba el pensamiento dominante argentino, basado en frases hechas convertidas en ideología o, mejor, en una ideología sintetizada en estos lugares comunes. Pasan por su análisis zonceras como "civilización o barbarie", "la victoria no da derechos" o "el granero del mundo", entre otros comodines que todavía perduran.

La transmisión de estas ideas comienza con la educación y se prolonga con los medios de comunicación, opina Jauretche. Cuatro décadas más tarde, este mecanismo sigue intacto. Los medios repiten estas consignas y agregan variantes de nuevo cuño. Lo hacen con premeditación o por vagancia, pero también por ignorancia. Quienes consideren este último motivo una ingenuidad, no tienen más que poner la lupa en el modo en el que estos medios, algunos centenarios, piensan sus ediciones digitales.

A quince años de los primeros experimentos, los diarios online conservan una serie de defectos que los hacen poco usables. Navegar por ellos, si no se tiene la costumbre de visitarlos, desorienta a cualquiera. Ni que decir si se pretende encontrar algún contenido antiguo. Registraciones, banners que invaden toda la pantalla, menús, solapas, íconos, abruman al novato, que nunca esta del todo cómodo en ese mar de contenido amontonado.

El punto de encuentro con Jauretche es que todos estos desaguisados obedecen a una serie de ideas sin demasiado fundamento a las que podríamos denominar "zonceras digitales". Suerte de modas que se repiten una y otra vez con nombres diferentes y que los responsables de estos emprendimientos no se cansan de volver a implementar. El periodismo digital, de alta rotación laboral, vuelve a inventar la rueda (pinchada) más o menos cada tres años.

Podcasting, RSS, cloud tag son fetiches adorados por la "tilinguería digital" (para seguir con Jauretche), pero que la mayoría de los lectores ignora y las estadísticas de uso no se cansan de desalentar. Hace una década la panacea fueron el push y el pull o los tickers de noticias. Pero probablemente los nuevos líderes de estos medios no estaban allí para atestiguar estos fracasos.

Pero hay pecados mayores que el engolosinamiento con los chiches en boga: la banalización del contenido, la adoración del último momento, el periodismo ciudadano, la pauperización laboral y educativa de los periodistas, el seguidismo de lo que quiere el lector y de las estadísticas, el traspaso del medio impreso al soporte digital, la endogamia y la falta de ética periodística ponen a este "periodismo del futuro" en terapia intensiva.

Zonceras que, como las que recopiló Jauretche, se cometen adrede, por snobismo o por costumbre, pero en las que es necesario detenerse para mejorar el oficio de informar. De todas ellas nos iremos ocupando en próximas entregas.

Diego Rottman

(Primera parte del "Manual de zonceras digitales", publicado en el Boletín de Periodismo.com Nº 127, de febrero de 2009)

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Lost and found. And found again.

Post duplicado para hablar sobre tapas duplicadas:

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(antes ya había salido acá, acá y acá)

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¿Publicidad contextual o publicidad negativa?

Dinero tirado por el sector turismo por no poner palabras negativas en sus campañas de Adwords, asociando sus servicios con una catástrofe aérea (click en la imagen para ampliar):

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