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El pantalón sin agujeros

(Octava entrega del “Manual de zonceras digitales”, publicada en el boletín 134 de Periodismo.com de septiembre de 2009)

Una silla con una pata rota, un pantalón sin agujeros, una comida demasiado salada… nadie elogiaría estas aberraciones. Sin embargo, la tilinguería digital se enamora de las anomalías de diseño que pueblan la web. Concursos, blogs de diseñadores, congresos, cualquier ocasión es buena para elevar trabajos que, desde el sentido común, están mal.

Jakob Nielsen, el gurú de la usabilidad, dedica cada mes su boletín a denostar a esas falsas maravillas. Desde el mediopelo 2.0 se lo acusa de conservador. Él responde que vela por el uso correcto, funcional y práctico de las herramientas de un medio pensado para un uso veloz y estandarizado. La web se ve en soportes distintos (computadora de escritorio, teléfono celular), en condiciones diferentes (resolución del monitor, velocidad de conexión) por personas con formaciones diferentes (nativos digitales y ancianos). Todos deberían poder ver bien la misma página. Y "entenderla" sin problemas.

¿Qué es "entender" una página? Cada sitio web tiene reglas internas: posicion del contenido, menús, navegación, buscador, separación de la publicidad del contenido, etc. Ingresar a una página nueva y saber cómo manejarse con todos estos elementos sin necesidad de tener que consultar la página de ayuda o del ensayo y error es entender una página. Tan sencillo como eso.

Nadie pide que el sitio de un cantante o una película sea convencional. Pero portales de información a los que se accede a diario o se llega desde Google en busca de algo específico, no pueden darse el lujo de experimentar con su audiencia. En muchas de sus conductas algunos diarios online muestran un desprecio por sus lectores que sólo puede entenderse en la predominancia de las nuevas generaciones en las redacciones virtuales y en sus departamentos de programación y diseño. Pero un periodista digital pasa al menos ocho horas frente a una pantalla, mientras que un lector promedio no tiene esa alfabetización digital: tal vez entra al ciber a revisar sus email y, de paso, chequea los titulares del día.

¿Ejemplos de esta desidia? Los banners flotantes que invaden una noticia sin permiso y que pocas veces son fáciles de cerrar (el botón está escondido, cambia de lugar o no funciona). La recarga de las páginas (refresh) que interrumpen la lectura y que, con la excusa de actualizar información, infla la cantidad de páginas vistas, incluso en la "Edición impresa" donde no habrá nada nuevo a lo largo del día. Los buscadores, que no andan, o exigen introducir cuatro o cinco parámetros, o arrojan cientos de resultados, o no aceptan un nombre mal escrito. El mal uso del multimedia, con un periodista poco telegénico balbuceando frente a la cámara las mismas palabras que podrían haber sido más eficaces en forma escrita. Los rediseños permanentes, en los que el lector debe adivinar adónde está ahora lo que ya se había acostumbrado a encontrar. Las home page caóticas, con decenas de noticias, videos y avisos y sin una jerarquía y un orden definido: ¿es muy loco pedirle a un diario que tenga ordenadas las noticias?

Por ejemplo, en Periodismo.com buscamos ese orden con cuatro columnas: la primera es un menú de navegación, redundante con un menú superior, ya que es el mapa que el usuario necesita para moverse. La segunda columna muestra las diez noticias más importantes del día, siempre con un orden definido: las nacionales arriba de todo, las internacionales un poco más abajo, las de espectáculos y sociedad luego y al final, las de deportes. La tercera columna va mostrando las noticias de último momento, ordenadas por tiempo, la más nueva más arriba. Y la última columna ofrece las Notas al Margen, respetando el mismo criterio que en la segunda columna, pero con contenido más "blando".

Es cierto, Periodismo.com no sigue ninguna moda, no muestra imágenes, los avisos no pueden confundir al lector y hasta puede tachárselo de anticuado. Pero llegará un día en que un diario digital gane un premio por tener el diseño más previsible del mundo. Tan previsible como una silla cómoda, un pantalón con agujeros y una comida deliciosa.

Diego Rottman