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Jorge Herralde: “Puedo defender cada uno de los libros que edité”

Bolaño, Copi y Carver… Se quedó con las ganas de tener a Borges, pero se desquitó publicando casi todo Nabokov, uno de sus escritores favoritos. El legendario editor español dialogó con Ñ digital en una de sus primeras entrevistas luego de anunciar la venta de Anagrama a la italiana Feltrinelli.

POR CECILIA BOULLOSA

“No somos eternos”. La frase fue una de las que Jorge Herralde pronunció a fines del año pasado luego de provocar un pequeño sacudón en el mundo editorial. La razón: la venta de Anagrama, la editorial que había fundado a fines de los ´60 en Barcelona y que durante 40 años había podido mantenerse independiente, armar un catálogo coherente y prestigioso, publicar más de 3.000 libros y crear colecciones exitosísimas como Panorama Narrativa (“la fiebre amarilla”) o los compactos de Anagrama, sus libros de bolsillo.

De acuerdo al anuncio, la editorial italiana Feltrinelli iría sumando participación accionaria en Anagrama cada año hasta convertirse en su propietaria en un plazo de cinco años. Hasta entonces, Jorge Herralde y su esposa, Eulalia Gubern, continuarán siendo sus directores.

-Tras la noticia, en algunos medios españoles se especuló con que usted creía que al negocio del libro no le quedaban más de cinco años.
Como es sabido, en la prensa salen artículos bien intenciones y otros que son puras fabulaciones. Lo cierto es que cuando empecé las conversaciones con Carlo Feltrinelli, hace unos tres años, aun no se había producido esta crisis. Con crisis me refiero a dos: por un lado la que esta afectando el consumo en Europa –de todo, ropa, restaurantes, distensión–; y luego la que tiene que ver con el asunto del libro electrónico. Todavía en España su incidencia es bajísima, pero es difícil predecir. Lo que unifica a estas crisis –la económica y la del modelo del libro– es la opacidad, una visión poco clara del futuro próximo.

 

-Alguna vez, en tiempos de crisis, ¿sintió la tentación de editar un best seller garantizado?
No, la verdad es que no. Y me remito al catálogo. El catálogo no miente. No hemos tenido esa tentación, entre otras cosas porque tuvimos la suerte de tener muchos long sellers y no pocos best sellers que han sido literarios: Sostiene Pereira de Tabucchi, La conjura de los necios, Arundhati Roy, Paul Auster, Ian McEwan, Bolaño.

 

-En 27 años del premio de narrativa Herralde hubo sólo dos escritoras que lo ganaron, Adelaida García Morales, en 1983, y Paloma Díaz Mas en 1992. ¿A qué lo atribuye?
En este premio no hay patriotismo de ningún sentido, ni español ni latinoamericano ni joven ni adulto ni anciano ni mujeres, gana simplemente el mejor. Entre los presentados al premio ha habido no pocas finalistas, pero en la competición de cada año, bueno, no han quedado.


-Dígame cuál es la parte mas aburrida de ser editor.
Ciertas tareas administrativas que ya he delegado bastante, algunas negociaciones, lidiar con algunos egos, pero las satisfacciones superan por mucho los contratiempos. Claro que hay altibajos y grandes “subidones”, hay desencantos, de repente te enamoras de una novela, apuestas por ella y el público no te sigue. Me ha pasado con ciertos autores, por ejemplo con Kapuściński, que hasta el sexto libro, Ébano, en España no triunfó.


Cirugía menor


-El escritor Juan Villoro contó que un original revisado por usted termina siendo una especie de animal que en lugar de piel, tiene post-its pegados por todos lados. ¿Hasta dónde llega su intervención como editor? ¿Alguna vez tan lejos como la de Gordon Lish con Carver, por ejemplo?

Jamás. Esta invasión truculenta no es la que hacemos en la editorial. En algunos casos, como con Bolaño, la intervención era mínima porque entregaba manuscritos casi perfectos. Si el manuscrito tiene muchos problemas entonces se le envía un informe de lectura al autor para que él mismo presente una nueva versión o desista. O vaya por otro camino. Esto que dice mi querido Villoro, un poco exagerado, es una especie de cirugía menor. Intervengo y sugiero, y sugiero naturalmente siempre a favor del texto.

 

¿Un narrador frustrado puede ser un buen editor?
Podría ser, la psique humana es complicada. En el caso de Gordon Lish, publicó varias novelas con escaso éxito, en cambio Carver…es una historia muy complicada. A ver: no discuto aciertos en  la intervención de Lish, pero esta cosa truculenta de enmendar demasiado… Lo hace ingresar con éxito en el mundo editorial pero a costa de que su obra se vea cambiada y mutilada sensiblemente, con lo cual Carver se siente muy agradecido por una parte con Lish, pero por otra casi como un impostor. Luego quedó demostrado con Principiantes que la versión auténtica de sus libros era distinta, pero muy valiosa también.

 

-Como editor, ¿le parece más valioso el Carver original?
En realidad, para ser totalmente sincero, creo que son dos libros distintos y los dos son muy buenos.

 


-Es famosa la anécdota de que usted le sugirió a Bolaño desistir del título “Tormenta de mierda” para una de sus novelas, ¿que importancia tiene el título en el éxito de un libro?

El título “Tormenta de mierda” me parecía francamente disuasorio. Insistí bastante, me puse un poco pesado, a favor del texto. Y al cabo de un tiempo de insistencia de mi parte, al final Bolaño me dice: “¿Sabes qué? Este título ‘Tormenta de mierda’ ya no me gusta nada”. Luego me enteré que Juan Villoro también lo había ido trabajando por su lado. Igual es difícil de medir, porque hay títulos no muy buenos que han funcionado muy bien. Pero hombre, yo prefiero uno bueno y lo cierto es que hay muchos autores que me piden que titule sus libros, y lo he hecho en algunas ocasiones. Por ejemplo El viaje vertical de Vila Matas. Me divierte bastante, es un pequeño hobby personal.

 

-¿Y en el caso de Alan Pauls, cuya novela se llamaba en principio Ex y terminó siendo El pasado?
No, ahí toda la responsabilidad es de Pauls. Del título anterior y del final.

 

¡Haz lo que quieras!

-En Opiniones mohicanas relata varias reuniones con escritores que luego terminó editando. ¿Cuál fue el primer encuentro que lo impresiono más?
Bueno, casi Copi. Un personaje singularísimo, con una originalidad y un desparpajo increíbles. A Copi lo editaba mi gran amigo y editor francés Christian Bourgeois. Yo lo seguía desde hacía muchos años en Le nouvel observateur, con la tira “La mujer sentada”. Luego leí El uruguayo y se lo di a traducir a Vila-Matas y entonces quedé que se lo enviaríamos a Copi para que lo revisara. Pasaban los meses, sólo tenía 40 folios, era una novelita y no había manera. Al final, en un viaje a París me fui a verlo al teatro, al terminar salió con un abrigo blanco largo hasta los pies, fuimos a tomar una copa, muy simpático. Y le dije: “Bueno, ¿qué pasa con la traducción? «¡Haz lo que quieras!», me contestó.

 

-¿Cree en esa frase que dice que a los editores hay que juzgarlos por los libros malos que editan y no por los buenos que dejan pasar?
La dijo un editor amigo, el de Carver y Ford en Francia, entre otros. Y sí: para los buenos libros hay muchos competidores, incluso te puede haber llegado tarde o cogerte en un mal momento –o sin tener espalda financiera para afrontarlo–, así que la responsabilidad es muy diluida. En cambio, de los malos libros claramente la responsabilidad es total. No quiero pecar de soberbia, pero cada libro que publiqué, en cada momento en particular, me pareció pertinente, siempre me preocupé por publicar libros que encajaran de alguna manera con el zeitgeist, tanto en narrativa como en ensayo como en crónica. No me arrepiento de nada y sería capaz de defenderlos a todos. Lógicamente muchos títulos de ensayo que publicamos en los ’70 quedaron obsoletos.

 

-Hace poco el editor de un suplemento cultural afirmaba que había que olvidarse de los no lectores y preocuparse de los lectores habituales de literatura. ¿Comparte esta opinión?
Yo me he dedicado toda la vida a los lectores. Y, especialmente, a los lectores fuertes como les dicen en Francia. Aquellos que leen por placer, por pasión y por todo lo que se debe leer. Sí, me encanta que por fenómenos de boca-oreja un libro que habitualmente tendría unos 3000 ó 5000 lectores se convierta en una onda expansiva y pueda vender hasta 100 mil ejemplares.

 

Entre los últimos libros que editó, ¿qué voces le llamaron la atención?
Bueno, De vidas ajenas de Emmanuel Carrère creo es que uno de los mejores libros que he publicado en los últimos años. Una temática dura, la muerte de una niña en un tsunami, luego una historia de dos amigos con cáncer, pero de una fuerza y una inteligencia superiores. Consciente de lo difícil del tema, llamé personalmente a directores de suplementos, a periodistas, empecé a hacer sonar el tan tan para vencer esta resistencia y con bastante éxito, no tanto como en Francia, donde fue un best seller. Antes habíamos publicado Una novela rusa, que no había funcionado nada, así que pensé que ésta también tendría un destino aciago, pero afortunadamente me equivoqué. Otro escritor que me hace ilusión es Niccolò Ammaniti. Su libro Que empiece la fiesta es uno de los tres que más me han hecho reír en mi vida, a carcajadas, junto con La conjura de los necios y Wilt, de Tom Sharpe. Es una sátira muy desopilante sobre la Italia contemporánea.


-En El optimismo de la voluntad nombra de pasada un proyecto de libro –Itinerario argentino– sobre su vínculo con Argentina, sus escritores y sus editoriales, ¿en qué quedó ese proyecto?

En 7 u 8 cuartillas. Estas cosas empiezan un poco como hobby, tomaba notas, diarios de viajes, encuentros con escritores, y empecé a fabular sobre ello. Y al final no quedó en nada, solo en algunos retratos que se fueron publicando en otros de mis libros. Uno de Copi, uno de Piglia, uno de Pauls.

-¿Tiene pensando publicar algún libro más?
No, me he cansado un poco. Podría contar mucho más, pero la verdad es esa: me he cansado un poco.