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Malas Palabras cumple cuatro años

Ahora que los medios masivos están más preocupados por Twitter y Facebook, ya no necesitamos definir qué es un blog. Sabemos, un blog puede ser cualquier cosa: una lista de publicidades encubiertas, un banquito para pararse a soltar opiniones, una sucesión de videos de YouTube, un diario íntimo abierto al mundo, un espacio para discutir, una tarjeta de presentación, un archivo, un periódico, un museo, un catálogo.

Un blog puede hacerse de a uno o de a muchos. Puede tener un formato cronológico o no. Puede aceptar comentarios o no. Puede ser público o no. Puede tener fines comerciales o no. Puede tener contenido propio o no. Puede actualizarse con una periodicidad fija o no.

Lo que pocos pueden discutir es la facilidad de acceso a la creación de un blog. Con los ingresos suficientes para pagar la estadía en un ciber y los conocimientos necesarios para mandar un email basta para ser bloguer.  Esta facilidad engendró literalmente millones de blogs, una democratización inédita de la palabra, usada, como todo en Internet, tanto para iluminar las mentes de personas de todo el planeta como para vender Viagra. Publicar ya no era más un complejo proceso, ahora era un botón esperando ser clickeado.

Tan pero tan fácil y barato es abrir un blog, que muchos lo hicieron porque era fácil y barato y de ahí la cantidad de fantasmas que pueblan la blogosfera. ¿Cuántos se preguntaron «por qué» o «para qué» antes empezar a escribir posts?

Los que ganan dinero con su blog directa o indirectamente y los que copian/pegan de otros lados para alimentar blogs que firman con su nombre siguen en pie y les queda una larga vida bajo WordPress o Blogger. Los primeros encontraron su «para qué», los otros siguen sin necesitarlo. Para los primeros, tener un blog es una obligación, para los otros, una rutina.

Pero cuatro, cinco o seis años es mucho tiempo para la mayoría de los blogs «de autor». Por eso sus creadores van, de a poco, despidiéndose del contacto más o menos cotidiano con sus seguidores. Muchos se pasaron a alguno de los otros dos grupos. O los años los fueron llenando de obligaciones que cuando empezaron no tenían. O se dieron cuenta de que sus lectores ya no tienen tiempo de leer tanto. O se les acabaron las ideas originales. O ya nada parece una idea original. O se fueron a Twitter a escribirlo más corto. O se aburrieron. O se divierten con otras cosas. O todo eso junto.

Pero hay esperanzas: como la «casita de los viejos», los amigos de la infancia y los vicios abandonados, van a volver. Porque un blog es un hogar, un amigo y un vicio.